Por Redacción*
La familia Villachica trabaja un proyecto para explotar oro sin mercurio. Crédito: Milagros Salazar/IPS
Montevideo, Sep. (Tierramérica).- Un método para revolucionar la minería del oro; un agrocombustible con aceite usado de cocina; un contenedor al que entra basura y aguas servidas y salen cuatro productos útiles y cero desperdicio. Ciencia latinoamericana aplicada al ambiente.
El oro limpio existe
El ingeniero metalúrgico peruano Carlos Villachica dedicó su vida a intentar conciliar dos riquezas de su país: los yacimientos minerales, concentrados en la cordillera de los Andes y la Amazonia, y la gran diversidad de flora y fauna.
Villachica invirtió 42 de sus 62 años en investigación. Su último invento es el proyecto "Oro ecológico" para la pequeña minería. Se trata de procesar el oro fino sin una gota del tóxico mercurio.
Más de 250.000 familias dependen de la pequeña minería aurífera en Perú y la mayoría emplean mercurio para separar el oro de la arenilla negra, un concentrado que se obtiene de la grava, mezcla de piedra, arena y minerales de varios ríos amazónicos como los de la depredada región de Madre de Dios, en el sudeste.
El método de Villachica separa el oro fino de los demás minerales luego de agitar el concentrado en un aparato similar a una licuadora con agua, unas gotas de alcohol y fosfato.
En la "licuadora" –un adaptador mecánico que se usa en la minería, especialmente acondicionado para el proyecto– el alcohol y el aire que ingresan al depósito generan unas burbujas pequeñas a las que se pegan los granos de oro fino por la presencia del fosfato.
Como resultado, el oro termina flotando en la mezcla y se encuentra listo para ser fundido.
Se evita así el mercurio, con beneficios múltiples, afirma el inventor. No se contaminan ríos ni suelos, se reduce el tiempo del proceso y se captura más oro que en con el método tradicional.
Extraer 40 gramos de oro puede insumir dos horas y media con mercurio, que permite extraer 80 por ciento del metal concentrado. Mediante el "Oro ecológico", se recupera 95 por ciento del metal y en solo media hora.
"Tenemos una megabiodiversidad que proteger y que es más importante que los minerales que tenemos. Y para eso debe crearse la tecnología más innovadora", dijo Villachica a Tierramérica.
Como apenas se emplean seis miligramos de alcohol y de fosfato por litro de agua, estos elementos no constituyen amenaza al ambiente. La dosis tóxica de esta mezcla para las larvas de truchas es de 1.200 miligramos por litro.
El método, premiado en junio por el gubernamental Programa de Ciencia y Tecnología, no depende sólo de este ingeniero. Sus tres hijas tomaron la posta y ahora se ocupan con el padre de llevarlo adelante: Joyce, ingeniera química, Leslye, ingeniera metalúrgica y Eileen, ingeniera ambiental.
"El reto está en defender las ideas y demostrar que se pueden poner en práctica", dijo a Tierramérica Leslye Villachica, de 31 años.
Cuatro pequeños mineros ya aplican la invención de los Villachica en Madre de Dios. El próximo paso es implementar un proyecto propio en sociedad con comunidades nativas de la Amazonia.
Ya se hicieron pruebas y se contactaron a compradores de Francia y Suiza, dispuestos a pagar la onza así obtenida 15 por ciento más que el precio del mercado.
Según Villachica, esta tecnología puede aplicarse a gran escala, si el gobierno decidiera promoverla. Para 2016 se podría reducir hasta en 80 por ciento la cantidad de mercurio empleada por los pequeños mineros, estimó.
Y además a mediano y largo plazo es mucho más rentable. Un pequeño minero gasta entre 200 y 300 dólares por mes en mercurio para obtener entre dos y tres kilogramos de oro. La máquina de Villachica para ese volumen de producción puede costar 4.000 dólares, por lo que la inversión se recuperaría en unos 10 meses.
Además, el inventor sugiere que varios productores pueden compartir el aparato, como pasará en breve con una comunidad selvática.
Mientras, para una explotación mediana que destina unos 600 dólares mensuales al mercurio, la máquina cuesta unos 12.000 dólares, que se recuperarían en menos de dos años.
Combustible limpio salta de la sartén
Un catalizador que convierte el aceite de cocina usado en biocombustible no contaminante, es el hallazgo del joven químico brasileño Leandro Alves de Sousa, que inició las investigaciones en su maestría y, a los 28 años, ya recibió premios y ofertas de grandes empresas interesadas en su tecnología.
La gran diferencia de este combustible es que, al contrario del biodiésel habitual, no necesita agregado de gasóleo para que lo empleen los motores, dijo este alumno del doctorado del Programa de Ingeniería Química del Instituto Alberto Luiz Coimbra de Posgraduación e Investigación en Ingeniería de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
"Por pequeña que sea la cantidad, usar combustibles fósiles genera una cantidad de dióxido de carbono que es emitida sin contrapartida, y que contribuirá a acentuar el calentamiento global", dijo De Sousa a Tierramérica.
"Como la materia prima es totalmente vegetal, el ciclo se cierra", agregó. Se garantiza que todo el dióxido de carbono liberado equivale a la capacidad de absorción de ese gas que tienen las plantas de las que se obtuvo el aceite.
El aceite recibe un hidrotratamiento, empleando como catalizador el carburo de molibdeno. Es "una especie de polvo agregado a la materia prima y que la convierte en otra sustancia", dijo De Sousa.
"Además de reaprovechar el aceite, evitamos el conflicto de los productores agrarios entre destinar sus cultivos a la alimentación o a la energía". Así, "la misma cosecha será primero alimento y después combustible", comentó De Sousa.
También se resuelve la aparición de un subproducto difícil de comercializar y cuya acumulación sin cuidado puede causar problemas ambientales, la glicerina resultante del refinado de biodiésel. "Con el sistema que creé, el único subproducto es el agua", explicó.
Mientras profundiza la investigación, De Sousa añade que "los resultados de nuevos estudios esclarecerán la capacidad de este método de aplicarse a gran escala".
De agua servida
Lo que empezó como un diseño para reciclar agua en una vivienda mexicana se convirtió en método para aprovechar desechos en la obtención de biofertilizante y energía.
El físico-matemático mexicano Jesús Arias, de 67 años y vocación ecologista, quería reutilizar el agua de su casa, que construyó junto con su hermano en 1969 en la comunidad de San Vicente Chimalhuacán, unos 65 kilómetros al sudeste de Ciudad de México.
"Empezó como una iniciativa social. En 1970 modifiqué una fosa séptica. Así construí el primer biodigestor para aguas residuales", dijo Arias a Tierramérica. La obra acabó dando a luz la fundación Xochicalli, "casa de flores" en lengua náhuatl.
Ese fue el germen del sistema unitario de tratamiento y reciclaje de aguas negras y energía.
Se trata de un digestor anaeróbico –un contenedor hermético e impermeable– donde se deposita material orgánico, como excrementos animales y desechos, y agua.
El sistema consta de un dispositivo para extraer y almacenar el biogás (metano de la fermentación de materia orgánica), trampas de piedra para capturar la grasa y cámaras con filtros biológicos y biofísicos para separar fertilizante.
El resultado son cuatro productos: el biogás; el sedimento, que sirve de abono y puede ser materia prima de alimento animal; una nata, que nutre y mantiene sano el suelo; y el líquido residual para riego, lavado e incluso consumo humano, si se lo potabiliza con la electricidad generada por el metano.
Según la Secretaría de Medio Ambiente, México produce por año unos 38 millones de toneladas de residuos, la mitad orgánicos, y sólo recicla 13 millones. De viviendas e industrias fluyen más 400.000 litros por segundo de líquidos residuales, de los que sólo se tratan 83.000 litros por segundo.
Para tratar 100 litros de aguas servidas por segundo se necesita una planta de 65 kilovatios y un terreno de 6.000 metros cuadrados, a un costo de unos cuatro centavos de dólar por metro cúbico, menor al de una planta tradicional de tratamiento.
Como en el caso peruano, los hijos de Arias, Margarita y José de Jesús, son ingenieros y están ahora a cargo de sostener el proyecto.
Arias ha diseñado más de 200 proyectos dentro y fuera de México.
El producto Líquido Efluente de Digestor Anaeróbico (LEDA), desarrollado en sociedad con una firma estadounidense, ganó en 2010 el concurso Cleantech Challenge México.
Ahora, el plan es "vincularlo con una comunidad sustentable que abarque agua, nutrientes, energía y descontaminación", señaló Arias.
* Con aportes de Milagros Salazar (Lima), Emilio Godoy (Ciudad de México) y Alice Marcondes (São Paulo). Este artículo fue publicado originalmente el 10 de septiembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.
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