Caracas, 15 sep (Intopress).- De todos los beneficios y posibilidades que ha traído la explosión de internet en los últimos años, hoy se instala la discusión sobre los estragos: ¿Somos capaces de desconectarnos? ¿Podemos tener una conversación sin atender nada más? La comunidad científica va tomando bandos. Hay personas que sí pueden manejar más canales de información entrante a su cerebro. Pero estos "supertaskers" son sólo el 3 por ciento de la población.  

 

A usted le ha pasado, no diga que no: estar conversando, en una reunión, en un almuerzo, cuando un acompañante saca el celular y lo empieza a revisar. El dedo moviendo esa pantalla táctil, o la ruedita de la Blackberry. Sigue escuchando, incluso puede llegar a asentir, a responder algo, pero sus ojos están conectados a la pantalla y la pantalla está conectada a internet, al mundo. Y luego el celular queda ahí, arriba de la mesa, amenazante.

 

No diga que no: usted también lo ha hecho

La era de los celulares, la era de la hiperconexión, de revisar el mail en la playa, de los links y la lectura veloz. De todos los beneficios, posibilidades y globalidad que ha traído la explosión de internet en los últimos años, hoy comienza a aparecer la discusión sobre los estragos: ¿Somos capaces de desconectarnos? ¿Podemos tener una conversación sin atender nada más?

 

Hace un año que el norteamericano Nicholas Carr publicó su libro Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? donde, básicamente, asegura que internet es Satanás comiendo nuestro cerebro clic a clic.

 

El escritor cuenta que, habiendo sido un voraz lector, hoy ya no es capaz de leer un libro entero, que aunque internet le dio tantas herramientas -investigar ya no significa veinte visitas a la biblioteca, sino que unos segundos en Google- siente que el sistema de hipervínculos y clics y rapidez le debilitó el seso. Y que a otros como él también. No son capaces de concentrarse, de retener.

 

Por supuesto que una posición tan radical frente a la red causó debate, desde contrarios como Virginia Heffernan, de la New York Times Magazine, que debatió que es un mito el beneficio de enfocarse en algo y alienta las posibilidades creativas de una mente saltarina, hasta Mario Vargas Llosa, quien argumentó a favor de Carr, enlutado por el abandono de los libros.

 

¿Pero cómo es que entonces el adolescente de la casa es capaz de sentarse frente a la televisión, con el computador encima, chatear por Facebook y contarle además lo que hizo en el día?

 

Lo único cierto de la discusión es que el bombardeo constante de información y estímulos nos hace tener la cabeza en más partes, en más lugares, a la vez.

 

¿Habrá nuestro cerebro cambiado para siempre? ¿Estamos entrando a la era del déficit atencional masivo?

 

Vida online

José Ignacio Stark es un experto en tecnología, consultor en estrategia digital. Tuitero insigne. Híper conectado. Y hoy, a una hora de entregar un artículo para una revista, está sentado en su sala, frente a su Mac, con el Iphone sobre la mesa por si las moscas, el televisor prendido. En el computador, ventanas abiertas con el artículo que escribe, Google plus, Twitter. Y más.

 

Cuenta que, aunque es capaz de desconectarse, que no se angustia si no está todo el rato enchufado, cuando va en el metro, cuando espera la micro, siempre mira el teléfono. Así avanza en cosas. También consume redes sociales, juegos. Cuando duerme deja el Iphone encima de la cama, porque tiene una aplicación que le mide sus ciclos del sueño.

 

Stark encuentra que no necesitamos un nuevo manual de Carreño para la vida enchufada, que no tiene nada de malo poner el celular en la mesa en un almuerzo y revisarlo y, que si suena, contestarlo brevemente. Que aunque el amigo con que comparte departamento al principio le escondía el Iphone cuando se sentaban a comer, ahora que él también se compró uno, se acabó la discusión, porque hace lo mismo.

 

-Estás comiendo y le sacas la foto a tu comida y la subes a internet. Y tienes una notificación en Twitter, vas y contestas. Yo le trato de explicar a mi mamá que puedo estar en una conversación global, con mucha más gente y que está compartiendo cosas todo el rato, pero también mantener el foco en el que está al frente.

 

-¿Y no se te va la onda?

-A veces sí se te va, inevitablemente. A veces tu cabeza trabaja tan rápido... -mira su computador- ...por ejemplo ahora, que me están hablando por acá...- dice y se pone a tipear mirando la pantalla.

 

Stark aboga por esta nueva forma de vivir: el mundo es así, simplemente, y quién dice si está mal o bien. Cuenta que la compra de teléfonos inteligentes es exponencial -representaría un 20 por ciento de las nuevas compras- y son justamente esos los que permiten esta hiperconexión. Que obviamente cuesta concentrarse, y que ahora que necesita escribir, va a cerrar todas las ventanas, menos la de su texto. Y que aunque a los mayores les cueste asumir que se pueda "multitaskear" así, los jóvenes funcionan perfecto.

 

- A mí y a mis hermanos pequeños sí nos cambió el cerebro, porque en los últimos 20 años hemos aprendido a convivir con una dosis de información que antes no existía. Aprendimos a usar solos las herramientas que nos permiten administrar el constante flujo de información y convertirlo en algo valioso para nosotros. Somos capaces de aguantar el tonelaje sin abrumarnos. Sabes administrarlo y desconectarte cuando es necesario. A la gente de otra generación le parece inconmensurable.

 

Hace un año que The New York Times publicó una serie de reportajes llamados "Su cerebro bajo el computador", donde se exploraba qué es lo que pasa en nuestras vidas hiperconectadas. Y, como buenos norteamericanos, citaban un montón de estudios sobre el tema.   

 

Podría sorprender, por ejemplo, que según Nora Volkow, directora del Instituto Nacional de Abuso de Drogas de EEUU y una científica cerebral top a nivel mundial, el atractivo de la estimulación digital en nuestra cabeza no es tan comparable con el alcohol o las drogas, pero sí con la comida y el sexo, que son esenciales para la vida, pero pueden ser contraproductivos en exceso.

 

O llama la atención que en 2008 una persona consumía tres veces más información que en 1960. Y que los usuarios de computadores en el lugar de trabajo cambian de ventana, o programa o correo electrónico unas 37 veces en una sola hora.

 

También afirman que las personas "multitasking" serían más sensibles que los que no hacen "multitasking" a la información que los bombardea; les es más difícil separar lo importante de lo no importante (y por eso cuando están escribiendo un correo importante, igual abren el link que les llegó con el video del gatico).

 

Pero quizás el dato sabroso más impactante, según científicos de la Universidad de Utah, es que hay personas que sí pueden manejar más canales de información entrante a su cerebro. Pero estos "supertaskers" son sólo el 3 por ciento de la población.

 

El mágico número 7

Todo esto, como en toda discusión de cambios que están aún en proceso, depende a quién se le pregunta, pero pareciera haber algunas conclusiones comunes.

 

Incluso si usted es un maestro del "multitasking", no es capaz de darle la misma profundidad a todos los focos que están peleando por su atención.

 

- No podemos poner atención a más de tres o cuatro cosas al mismo tiempo- opina el doctor Francisco Aboitiz, director del Centro de Neurociencia Universidad de Columbia-. Hay una teoría sobre el "Magic Number Seven", según la que no podríamos mantener en mente más de siete items a la vez. El "multitasking" tiene una limitación.

 

La teoría del "Magic Number Seven", o el número mágico siete, nació de un paper de psicología escrito por George Miller en 1956, mucho antes de la era de la sobrecarga informativa, donde se concluía que el cerebro puede prestarle atención a siete cosas a la vez. Estudios actuales no sólo dicen que esta teoría ha sido erróneamente citada, sino que el número real estaría más cerca del tres o el cuatro.

 

Aunque quizás el computador, en vez de empeorar nuestra atención y memoria por la sobrecarga que produce, puede ayudar también. Según un artículo recientemente publicado en Science, si las personas saben que algo estará en Google, tienden a recordarlo menos. Si saben que no lo encontrarán ahí, lo recuerdan más. El cerebro confía en esta "memoria externa".

 

-El hecho de tener memoria externa favorece esto, porque cargas menos información en tu propio computador, que es tu cerebro -dice el doctor Aboitiz.

 

Lo bueno, lo malo y lo feo

Las consecuencias de esta mente saltarina están por verse. Es difícil decir si es que realmente el cerebro ha cambiado por la interacción constante con la tecnología, pero sí hay estudios sobre qué partes se activan cuando estamos frente a la web, en comparación por ejemplo, con un libro: para el libro usamos las áreas más pasivas; con internet, los lóbulos

 

-Es lógico, porque cuando estas en internet estás haciendo algo -explica el doctor Jorge González, neurólogo del Programa de Memoria del Departamento de Neurología de la Universidad de Columbia (UC), quien se preocupa de diferenciar las teorías que podemos tener sobre nuestro cerebro e internet, y lo científicamente comprobado-. Pero es muy razonable, aunque no esté demostrado, pensar que la exposición a internet hace que nuestro cerebro tenga una estructura discretamente diferente, especialmente cuando se trata de muchas horas.

 

Y eso no es bueno, ni es malo, es sólo distinto, según la mayoría de los expertos. Lo que sí sería importante, según los científicos, es darse tiempos de desconexión, porque es ahí cuando el cerebro absorbe toda la nueva información realmente.

 

También, habría que tomar en cuenta las mentes del futuro: los jóvenes  y niños, nativos digitales, que ocupan normalmente el "multitasking". Aunque sus cerebros son más adaptativos que los adultos, también tienen limitaciones.

 

-Se ha ido desarrollando la capacidad de poder estar en varias áreas a la vez, pero hemos visto que esos individuos hiperconectados pierden profundidad en lo que hacen -dice el psiquiatra Elias Arab -. Si yo quiero estudiar, el estudio va a ser de peor calidad si tengo cinco o seis ventanas abiertas y estoy en Facebook, estoy en Twitter y en el chat. Va a parecer como que estoy estudiando, pero el tiempo real que voy a estar utilizando en el estudio va a ser poco. Si yo quiero establecer una comunicación profunda con una persona, por chat o por lo que sea, tengo que dedicarme con profundidad, porque si estoy con uno, o estoy con 50, el nivel de profundidad de esa conversación va a ser menor.

 

Arab advierte que a su consulta llegan constantemente jóvenes adictos a la tecnología, pero que eso se debe a circunstancias distintas en cada caso. Los doctores insisten que la tecnología no es mala, es el uso que le damos, y que hay personas con más propensión a caer en la adicción de ella que otras.

 

En cuanto al déficit atencional, difícil que alguien que no tenga una predisposición lo adquiera sólo porque esté hiperconectado, piensa el doctor Jorge Barros, psiquiatra de la UC. Cree que aunque a las personas que ya lo tienen puede que no los ayude en productividad, pero también puede ser un plus en ciertos casos: una persona con déficit atencional quizás absorberá mejor la información desde internet, que es interactivo, a un libro estático, donde les cuesta focalizar.

 

Barros cree que la satanización de la hiperconexión es  exagerada. Que la mente humana es más fuerte de lo que uno cree y que se abre paso, y que no es la tecnología la que da déficit atencional, que siempre ha existido.

 

¿Y entonces, el contestar el celular en la mitad de la reunión, no significa que estamos incapacitados de darle atención a una sola cosa?

 

-Eso es mala educación -dice Barros-. Una indisciplina natural que se ha ido  consolidando, el problema es ese. Hay personas con déficit atencional que son tremendamente educadas y no lo harían jamás.

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