Sab, 09 de Octubre 2010, 00:36:26 -- Actualizado: Vie, 08 de Octubre 2010, 18:50:12
La macabra farsa de Barrio Adentro
Parece un cuento de ciencia-ficción, pero en realidad es la experiencia que nos hace llegar a Enfoques365 un lector que se hizo pasar por paciente en un Centro de Diagnóstico Integral (C.D.I.), de esos de la Misión Barrio Adentro, y quien, como afortunadamente no estaba enfermo, no tuvo que seguir el tratamiento que le prescribieron, porque de hacerlo tal vez no habría vivido para echarnos el cuento.


 
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Ccs. 08 Oct. (Enfoques365).- Parece un cuento de ciencia-ficción, pero en realidad es la experiencia que nos hace llegar a Enfoques365  un lector que se hizo pasar por paciente en un Centro de Diagnóstico Integral (C.D.I.), de esos de la Misión Barrio Adentro, y quien, como afortunadamente no estaba enfermo, no tuvo que seguir el tratamiento que le prescribieron, porque de hacerlo tal vez no habría vivido para echarnos el cuento.   

He aquí la historia qdue nos hizo llegar el señor Felipe Briceño:

“En su mensaje anual a la nación, en diciembre 2008, Chávez se felicitaba por el éxito rotundo de la Misión Barrio Adentro que en cinco años de existencia había logrado, gracias a la colaboración permanente y desinteresada de más de 13.000 médicos cubanos, el desafío de dar a la casi totalidad del pueblo venezolano un servicio sanitario de calidad. Ciento treinta hospitales y centros asistenciales se estaban recuperando –decía él- rápida y satisfactoriamente.

Inmediatamente, en febrero 2009, la Sociedad Bolivariana de Médicos Integrales precisaba que más del 30 % de los módulos de Barrio Adentro estaban cerrados y que solamente estaban trabajando 8.000 médicos cubanos. La cobertura real estaría muy por debajo de la indicada por el mandatario.

Entre tanto y a pesar de la mordaza mediática el país ha contemplado atónito las parturientas ir de hospital en hospital sin encontrar un servicio obstétrico-pediátrico donde puedan dar a luz, para terminar,  incluso, pariendo en la calle. Una muchacha pudo acercarse durante un “Aló Presidente” a Chávez y pedirle ayuda para su hermana que se estaba desangrando en su casa, víctima de una placenta previa. No había sido ingresada, ni siquiera en el hospital militar, porque no había anestesia en ninguno de esos centros asistenciales.

El 19 de septiembre de 2009, en un Consejo de Ministros ampliado que se realizó en San Juan de los Morros, Chávez declaró en emergencia el Sistema de Salud en Venezuela. Sin referirse a los hospitales y centros asistenciales en ruina afirmó que hay, por lo menos, 2.000 módulos de Barrio Adentro sin médico y que para paliar tan lamentable situación traerá de Cuba el mes de octubre próximo  1.111 médicos cubanos más, 500 estudiantes cubanos de medicina y 213 médicos venezolanos graduados en Cuba. Recomendó a sus ministros y gobernadores que “para que todo salga a la perfección deben mantener contacto directo y permanente con Roberto López Hernández, quien ha sido designado por Fidel Castro como encargado de las misiones cubanas en Venezuela”.

En la época del ditirámbico discurso de Chávez sobre la Misión Barrio Adentro, enero 2009, me dejé engañar, casi voluntariamente, por una amiga y colega que, seguramente harta de oírme decir que “tal vez exageraban los que denigraban de la Misión Barrio Adentro”, concibió una astuta estratagema para que viera con mis propios ojos la realidad. De diligencias en un barrio popular de una ciudad importante del país, de repente me propuso: “¿Quieres que te lleve a conocer un CDI (Centro de Diagnóstico Integral)? Está a una cuadra.” “Bueno –le dije- pero con la condición de hacer un recorrido rápido y no enfrascarnos en discusiones bizantinas y peligrosas con nadie”. “Como tú quieras” concluyó.

Desde un impecable estacionamiento, mientras caminábamos, me mostró las instalaciones recién construidas en cuyos módulos se leía sucesivamente: urgencias, hospitalización y rehabilitación. Hablandito y hablandito me llevó hasta la entrada y nos encontramos en la recepción -sin recepcionista en ese momento- donde un número considerable de pacientes, personal sanitario y de mantenimiento deambulaba tranquilamente. Automáticamente nos acercamos al mostrador de la recepción seguramente atraídos por el colorido del muro que  servía de fondo. Apoyado en el mostrador caí como en un estado crepuscular al contemplar estupefacto los retratos de Fidel Castro, Chávez y el Che Guevara, las banderas de Cuba y Venezuela y la reseña de la revolución chavista en castellano, francés e inglés.

Ensimismado y perplejo oí como entre sueños la voz de la colega que, alejándose hacia un pasillo lateral, preguntaba con voz decidida y fuerte: “¿Quién es el último de la cola?” “Yo”, respondió una voz de anciana. El tiempo de percatarme de lo que sucedía ya la colega me había agarrado por el brazo y guiándome hacia ese pasillo decía reciamente, como para que los muchos presentes oyeran y yo no pudiera escaparme: “Aquí es la cola, ponte para que te vea el médico”. Nos sentamos frente a un consultorio y entre muchos reproches “sottovoce” le dije “Y ahora ¿qué digo, qué dirección doy?” “Yo conozco el sector- me respondió- vives en la calle Tal, número Cual y en cuanto a la dolencia, ya tú verás!”

Entraban y salían rápidamente los pacientes del consultorio mientras yo preparaba, entre disgusto y aprensión, un caso clínico creíble que no me dejara mal parado delante del médico que me iba a examinar… Se abrió la puerta y una enfermera dijo: “el siguiente”. Me hizo pasar y discretamente se retiró al fondo. Inmediatamente me encontré parado al lado de un pequeño escritorio detrás del cual estaba sentada una muchacha de no más de 25 años con bata corta verde. Con acento cubano me espetó: “¿Y a ti, qué es lo que te pasa?” “¿Me puedo sentar?” le respondí yo; ella con un signo de la mano me mostró una silla que estaba al lado del escritorio. “Nombre, edad y dirección” –prosiguió- y anotó mis datos al final de una lista que ya llenaba la mitad de una hoja. Levantó la cabeza e impaciente me lanzó: “Te pregunté qué es lo que te pasa?”

“Lo que me pasa, –proseguí con más aplomo-, lo que me pasa es que yo soy hipertenso y a pesar del tratamiento cotidiano prescrito por el cardiólogo, hace una semana que tengo un dolor de cabeza que no se calma con analgésicos comunes y desde ayer tengo palpitaciones y mareos” “Lo que a ti te pasa –afirmó la doctora- es que tú has comido mucho y dormido poco”. Buscando el estetoscopio debajo del escritorio ya no escuchó mi alegato: “No, Doctora, es lo contrario: he comido poco y dormido mucho.”

Encima de la manga de la camisa trató con mucha dificultad, por supuesto, de colocarme el mango del tensiómetro. “Si quiere –le propuse- me quito la camisa para que le sea más fácil”.  Hecho esto, tomó la tensión y me preguntó: “¿Cuál es tu tensión arterial habitual?” “¿Con tratamiento o sin tratamiento?” interrogué. “Con tratamiento” precisó. “140/90” dije yo y ella concluyó: “Eso tienes”. Sin examinarme agarró un papelito y escribió el nombre de dos productos diferentes (uno la dipirona y otro desconocido) y me dijo: “Pasa al frente que te vamos a inyectar” y tornándose hacia la enfermera que contemplaba la escena desde el fondo del consultorio le dijo: “Dale una pastillas de Dramamine” (que se usa para los vértigos posicionales y de movimiento) y tornándose hacia mí me dijo: “Te tomas una cada vez que tengas mareos y palpitaciones”.

Este hecho cuya narración parece interminable sucedió en no más de diez minutos. Del consultorio salí asustado y, pretextando ir de urgencia al baño para escaparme de la inyección, llegué precipitadamente al estacionamiento donde me esperaba la colega con una expresión que oscilaba entre la travesura y el desafío. Conversamos sobre lo sucedido y concluimos (ella es Catedrática en la Facultad de Medicina) que del caso clínico que le presenté a la doctora cubana, un bachiller de quinto año de medicina hubiese intuido la instalación de un accidente cerebro-vascular o de un infarto al miocardio;  hubiese practicado un examen clínico completo; hubiese preguntado qué anti-hipertensor tomaba;  hubiese observado, por lo menos, una hora, y habría practicado un electrocardiograma. Nada de esto sucedió y “respecto al tratamiento, por insensato, inadaptado y peligroso –le dije a la colega- pienso, sin ser paranóico, que esa muchacha me quería matar”.

Días después de estas peripecias me topé con un “médico integral” formador e integrante de la Misión Barrio Adentro y aproveché para confiarle mi desazón, estupor e incredulidad en cuanto a la posibilidad de que alguien pudiese realizar estudios de medicina en un lapso no mayor de cuatro años. “Muy simple –me respondió- las materias básicas se sobrevuelan y se hace hincapié en la praxis, que es lo importante para llevarle salud rápidamente al mayor número de compatriotas”. “Pero... y la bioquímica, y la anatomía, y la fisiología... y la histología, sí, sí, la histología: la célula, los genes y los procesos mitocondriales tan importantes en la medicina del futuro?” “¿La mitocondria? –me respondió- a esa nadie la ha visto.”

Cuando los chavistas, los inefables y babosos ni-ni, los judas de la oposición o los integrantes de la “izquierda caviar” europea, se encuentran cortos de argumentos para justificar las tropelías totalitarias de Chávez esgrimen indefectiblemente el argumento de las Misiones, sobre todo de la Misión Barrio Adentro que, según ellos y a despecho de la realidad, le estarían dando al pueblo venezolano salud, educación y bienestar, como nadie se lo habría dado antes. Obvian, sin pudor alguno y en función de sus intereses, el verdadero objetivo de esas misiones: adoctrinar, excluir, esclavizar; hacer de Venezuela un país de perseguidos y perseguidores (para Chávez) y un país de ocupantes y ocupados (para Fidel Castro).

Y los otros médicos, los médicos venezolanos, ¿qué dicen de esta deplorable situación? Excluyendo los jóvenes galenos que han preferido aventurarse en tierras extranjeras antes de doblar la cerviz ante un médico cubano poco amante de la mitocondria y las excepciones de honestidad y ética que felizmente todavía existen, la mayoría de los médicos en Venezuela está aprovechando en sus clínicas privadas, junto a las compañías de seguros, la ganga de la devastación de del servicio de  salud pública y, sobre todo, de la macabra farsa de Barrio Adentro”.

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