Iván Durán tomó una particular decisión al cumplir los 40 años: optó por dejar su trabajo como ejecutivo de una importante multinacional, para dedicarse a disfrutar a sus dos hijos pequeños.
En noviembre del año 2009, sesenta personas -la familia, amigos y colaboradores de Iván Durán- recibieron una invitación. Iván cumplía 40 años, y la celebración prometía ser todo un evento. El patio de la casa estaba cubierto de carpas, había una deliciosa cena, la música había sido seleccionada para armar el ambiente, e incluso un saxofonista -el instrumento del que Iván estaba tomando clases- amenizaba la cita. Los presentes no sospechaban que Iván no sólo apagaría las 40 velitas esa noche. También, aprovecharía la ocasión para contarles que a partir de febrero del año siguiente, dejaba su puesto de ejecutivo en una multinacional para convertirse en padre, las 24 horas del día, siete días a la semana.
El efecto de la andropausia
"Hay hombres que tienen un romance, otros cambian la señora, se compran el auto deportivo, la moto... yo opté por comprar tiempo", comenta, al tiempo que recuerda que hasta antes de saltar al vacío laboral, siempre se consideró un profesional orientado a los logros, muy inmerso en su trabajo, ya que en el mundo laboral en que él vivía se valora mucho la disponibilidad full que tiene la gente. En pocas palabras: Iván era un trabajólico de tomo y lomo.
Hoy, tras dieciocho meses con sus hijos como ocupación central en su vida, dice haber aprendido varias lecciones. ¿La más importante? Que ellos están primero.
Casado desde hace diez años con Lissy Gálvez (40), asume que la vida de ambos era la clásica de dos profesionales dedicados a armar su camino al éxito a punta de esfuerzo. Iván no tenía una red de contactos con la que muchos vienen desde la cuna, pues nació lejos de su lugar de residencia. Hijo de una familia de clase media, creció con la idea de que sólo el estudio y el esfuerzo lo sacarían de la incertidumbre económica. Estudió una carrera universitaria que financió gracias a un crédito universitario, una beca deportiva por su participación en el equipo de básquetbol y la ayuda de sus padres. Y, desde entonces, no ha parado.
A punta de jornadas extenuantes y logros demostrables en cada uno de sus trabajos, logró hacerse un nombre como profesional, dice. Y para mantenerse en esa élite, supo que los sacrificios eran claros: la familia y el tiempo libre quedaban fuera de la ecuación.
"Mi mujer tiene también un ritmo laboral intenso. Ella es directiva de un banco, y nunca para. Una vez, teniendo siete meses de embarazo, la llamé a las diez de la noche para pedirle que dejara una reunión de trabajo en la que estaba, porque realmente, con una tremenda barriga, estar exigiéndose de esa manera no era normal", cuenta.
Al convertirse en mamá, Lissy decidió cambiarse de empresa, ya que en su anterior empleo el ritmo era agotador. Pese a ello, jamás se planteó la idea de tomarse un tiempo, como actualmente lo hace su marido. "Le ofrecí que parara un rato cuando yo decidí dejar el trabajo, pero ella tiene una personalidad que es menos amiga del riesgo, lo que entiendo y respeto", explica Iván.
"Nosotros vivimos en un condominio y no conocíamos a nadie: llegábamos a la casa a las 11 de la noche, entonces a esa hora todo el mundo duerme", dice mientras juega con el estuche de cuero de su iPhone. Después de seis años juntos, decidieron ser papás. Ya habían viajado, se habían proyectado en lo laboral y venía el momento de empezar una familia. El proceso no fue sencillo: sufrieron de embarazos fallidos y finalmente llegó Felipe, hoy de cuatro años. Dos años después nació Matías, el menor, completando la familia.
A los dos meses de nacido, su hijo menor debió ser hospitalizado por el virus sincicial, y luego una neumonitis volvió a llevarlo a la clínica. Verlo sufrir, tan indefenso, tan pequeño, despertó algo en Iván. Un día en que logró llegar temprano, acostó a su hijo mayor y le conversaba desde otra pieza, mientras terminaba algunas presentaciones para el día siguiente. De repente, Felipe se quedó dormido y cuando lo vio, le dio una pena inmensa y definitiva. Pensó que algo no estaba bien. Comprendió que se estaba perdiendo momentos fundamentales de sus hijos, y se enfrentó con la fragilidad de la vida. Y así, la idea de pasar más tiempo juntos, fue germinando.
"Vengo de una generación donde el padre es proveedor, a veces medio lejano, pero muy preocupado de que no falte nada en la casa. Quizás yo iba por el mismo camino, pero pensé que ellos necesitan tener recuerdos con su papá, y que yo necesitaba estar a su lado, aprender a conocerme mejor, explorar un lado mío que tenía medio abandonado y que tenía que ver con reconstruir los lazos familiares, los afectos... Por el trabajo estaba alienado. A veces, mi mamá iba a mi casa a ver a mis hijos y yo ni me la veía porque andaba en mis cosas. O estaba con ella, compartiendo un té, pero con la cabeza en cualquier parte, pensando en los problemas que había que solucionar al día siguiente, en el informe que tenía que leer, en el reporte que debía entregar... Es triste porque te hablan y tú haces como que escuchas, pero estás inmerso en lo tuyo, y el otro también tiene súper claro que no lo estás oyendo realmente".
Iván analizó su vida laboral. Sintió que ya había cumplido un ciclo en su empresa y necesitaba tomarse un tiempo para replantear su vida.
"Siempre tuve ganas de tomarme un año sabático. Ahorraba en función de eso: pensaba tomar a mi familia, irnos a Estados Unidos unos seis meses, dedicarme a estudiar fotografía o algo así, que los niños se inscribieran en un colegio allá... y pasar más tiempo juntos. Era un objetivo en mi horizonte. Por eso, cuando hice crisis con la forma de trabajar que estaba teniendo, lo decidí: el sabático se adelantaba para ahora, y me dedicaría a los niños".
Su esposa está feliz con este Iván 2.0.
“Cuando me contó sobre sus planes, para mí fue una sorpresa, porque no lo habíamos conversado, pero me puse contenta porque veía que ya llevaba mucho tiempo en la cresta de la ola en términos de trabajo y exigencias. No había parado en mucho tiempo y estaba viviendo con una gran cuota de sacrificio personal. No puedo negar que el tema económico me producía temor, pero confié en lo organizado que es y sabía que estaríamos bien. Ahora veo que tiene una relación más cercana con los niños, está mucho más involucrado. Me gusta su presencia en las actividades de ellos, ¡y hasta me da envidia lo involucrado que está! Lo veo más relajado y tranquilo. Pienso que tomó conciencia de que se tiene que cuidar también”.
La decisión sorprendió no solo a su esposa. Sus colaboradores pensaban que tenía una muy buena oferta laboral bajo la manga, y que esta epifanía familiar era un buen montaje para salir de la empresa sin despertar recelos. Incluso le ofrecieron seguir ligado a la compañía a través de asesorías, pero él tenía claro que si quedaba ese puente, nunca dejaría de trabajar para estar con sus hijos.
Sus más cercanos decretaron que luego se aburriría, ya que lo veían como un adicto a la emoción de las presiones, a la adrenalina de la toma de decisiones. Sin embargo, la decisión estaba tomada.
Y un buen día, a fines de enero de 2010, se despertó y no tuvo que manejar hasta el trabajo. El trabajo, ahora, era la casa.
La nueva rutina
Tampoco es que Iván sea como Dustin Hoffman en Kramer versus Kramer y tenga una vida sufrida en casa junto a sus dos hijos. Buena parte del tiempo tuvo el apoyo de una nana puertas adentro que se encargaba de la casa en general, y además contaba con una nana que cuidaba a su hijo menor, quien después de sus hospitalizaciones necesitaba compañía permanente, pues lloraba cada media hora en la noche sin razón aparente.
Pero un buen día, las nanas también partieron. Iván tuvo que arreglárselas para cada mañana despertar a los niños, vestirlos, darles el desayuno, tener listo al mayor para que se fuera con la mamá al colegio -está en pre kinder- y luego arreglar la mochila de Matías para ir a dejarlo en la guardería.
El tema del cuidado de los niños no se le complicó tanto, ya que en su infancia colaboró mucho a criar a sus hermanos. "Teniendo diez años ya ayudaba mucho a los más pequeños, así que sabía bien cómo manejarme en los temas cotidianos de la crianza. Mi mamá era auxiliar de enfermería, y mi padre trabajaba muchas horas fuera de la casa, por lo que colaborar en eso era normal. No te voy a decir que no sabía mudar ni nada, así que acostumbrarme a cuidarlos fue fácil.
La mañana la mantenía ocupada: decidió cumplir con ciertos compromisos, de todo tipo, que había ido posponiendo: desde tomarse un café con algún amigo hasta ordenar las miles de fotos que tenía almacenadas. Luego optó por mantenerse con la cabeza ocupada, tomando una maestría en finanzas, que ya terminó con Iván elegido por votación popular como "mejor compañero", y el tercero mejor ranqueado del programa.
Hoy, la rutina se ha ordenado. Lee la prensa, hace las compras del supermercado, entrena en el gimnasio, o bien, asume las emergencias hogareñas: en estos días, ha llevado al pediatra a los niños porque contrajeron un virus estomacal. A las 2.30 llega su hijo mayor, Felipe, desde el colegio, y almuerzan juntos. "Él es medio mañoso y lento, así que necesita que lo apuren". Luego Iván se sienta a planificar charlas y talleres que pronto comenzará a dictar, mientras espera que sea la hora para ir a buscar a Matías, su hijo menor, a la guardería. A las siete y media de la tarde, los tres comen juntos.
A las ocho y media empieza el ritual del baño, y toda la preparación que significa acostar a sus hijos. A esta hora ya cuenta con la ayuda de Lissy, así que entre ambos se turnan esta labor, que ya da por cerrado el día. En un día ideal, ambos niños están durmiendo antes de las nueve y media de la noche, pero generalmente Matías tiene más cuerda y se duerme después que su hermano mayor.
Durante la noche, si se despiertan, Iván es el encargado de ir a verlos. Y como también le interesa cuidar su relación de pareja, tiene el acuerdo con su señora de salir juntos y solos al menos una vez a la semana, para mantenerse conectados.
Dice que antes de su decisión, si había un acto en el colegio, seguramente se lo habría perdido y habría pedido que me graben el video para verlo después. Hoy, en cambio, reconoce lo bien que se siente estar involucrado, ser parte de las vidas de sus hijos, ir armando recuerdos.
-Si algo me pasara pronto, sé que dejo una huella en mis hijos, que no se olvidarán las tardes en que los llevaba a hacer picnic o las tardes en los columpios del condominio. Soy un papá presente, y me enorgullezco mucho de ello.
El regreso al trabajo
Hace poco retomó reuniones para mirar qué oportunidades le ofrece nuevamente el mundo laboral. Pero esta vez, con otra perspectiva. "Luego de terminar la maestría, en abril, me di tres meses para hacer una evaluación de mercado de unas iniciativas que tenía en mente. Al final, no prosperaron y actualmente estoy viendo alternativas de asesorías mientras busco una posición ejecutiva donde pueda volcar toda mi experiencia en dirección de equipos y transformación organizacional. Junto a lo aprendido este año, mi principal desafío estará en ser capaz de estructurar una organización eficiente, flexible, con foco en los resultados y a la vez rentable, pero que además considere elementos que de verdad -palabra que dice con énfasis- permitan a las personas disfrutar en justa medida de sus familias. Además, esto es algo que las nuevas generaciones de profesionales cada vez demandan más".
Iván está tranquilo respecto de su futuro. Siente que tiene un "valor agregado" laboralmente hablando, que jugará a su favor. Incluso algunas de sus amigas con las que ya trabajó le dicen "ya ponte a trabajar en alguna parte para irnos todas contigo", porque saben que, a partir de esta experiencia, Iván será más flexible en cuanto a temas familiares. Él mismo reconoce que antes no tenía problemas en citar a reuniones a las ocho de la noche... y que ahora mira hacia atrás, y sabe que no volvería a hacerlo. Su esperanza es que las políticas de recursos humanos en las grandes empresas se orienten hacia el tema familiar, y en ese campo su experiencia sería un gran aporte.
También se preocupa sobre cómo será volver a trabajar, sin tener a sus hijos cerca la mayor parte del tiempo. "Sé que ahora los tengo más presentes todo el tiempo, y creo que cuando me reintegre, pensaré durante el día en detalles cotidianos como "¿ya habrán almorzado?", "¿los tratará bien quien los esté cuidando?", temas que antes no pasaban mucho por mi cabeza.
El entorno familiar también lo apoyó. Su madre, Elena (63), dice que en un comienzo estaba preocupada porque buscar trabajo siempre es difícil. Le inquietaba que a la hora de querer reintegrarse hubiera dificultades.
-Pero conociendo a mi hijo, sé que tenía todo planeado y no iba a ver afectadas sus responsabilidades. Ya había trabajado con el acelerador a fondo, sin conocer el freno.
Aprovechó de descansar, de disfrutar a sus hijos y tal vez de darles la atención que él no recibió. Además, tiene un nuevo punto de vista sobre la vida doméstica: antes sólo entraba y salía de la casa, ahora está más involucrado.
Iván disiente de su madre, dice que estar en su casa no significó un descanso. "Desde que estoy en la casa, ¡me he tomado apenas tres siestas!... Lo más importante para mí es que tengo muchos amigos que tienen la capacidad económica para hacer esto, y que me encuentran muy valiente por decidirme a dar el paso, pero ellos no lo harían. Quizás no me podré comprar un apartamento en una urbanización lujosa o no puedo cambiar el auto por uno más elegante... pero tengo tiempo con mis hijos. Y a eso sí que no se le puede poner un precio"./INTOPRESS
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