Hay cosas que a nosotras como mujeres occidentales nos parecen totalmente normales, simples, y que nunca consideraríamos como privilegios de hombres. Por ejemplo, conducir un automóvil. Pero en algunos lugares del Medio Oriente, esto es uno de esos temas emblemáticos que hablan de las limitaciones que viven y sufren las mujeres.
Aunque parezca inconcebible en pleno siglo XXI, hay todavía países donde se mantiene la prohibición de que las mujeres conduzcan automóviles; entre estos países está Arabia Saudita, el país con más petróleo en el mundo y el de más influencia en el mundo árabe.
Mujeres sauditas siguen esperando el día en que sus hombres les permitan ponerse al frente del volante. Ya hace 18 años, a plena media mañana del 6 de noviembre de 1990, un grupo de 47 damas, ataviadas con sus respetivas burkas, se atrevieron a lo impensable: le quitaron las llaves a sus choferes y, en actitud retadora, se armaron en caravana por las calles de la capitalina Riad.
Semejante hazaña fue registrada en su momento por la prensa internacional, no tanto por la caravana de mujeres conductoras, sino por la contundente y severa reacción de la autoridad saudita. Después de la euforia inicial, se dieron las reprimendas.
“Estábamos eufóricas”, recuerda Nora Al Ganem, una de las 47 atrevidas que vieron su oportunidad aquel noviembre, en medio de la invasión a Kuwait y de la masiva presencia de tropas norteamericanas en Arabia Saudita. Eran mujeres entre los veinte y treinta años, educadas en el exterior, casadas y de familias adineradas.
Creyeron que con tanta cobertura internacional por la guerra, la acción de mujeres conductoras vista en la prensa mundial, presionaría al gobierno a ceder en tan simple petición: “Queríamos que el gobierno saudita nos abriera ese pequeño espacio, que se nos dejara la libertad de conducir”. Con esa convicción, las mujeres se reunieron en el estacionamiento de un centro comercial y quince de ellas, que tenían licencia de conducir internacional, se sentaron al volante; el resto se acomodó en los puestos de pasajeros. Algunos choferes rogaban que devolvieran las llaves, otros simplemente se sentaron en la acera a llorar, todos temían perder sus trabajos.
Las conductoras dieron vueltas alrededor de la ciudad durante una hora, antes de ser detenidas por la policía. La reacción fue lapidaria. Los clérigos musulmanes denunciaron la acción de las mujeres como “criminal”, y como tal fueron tratadas: fueron arrestadas, las que trabajaban perdieron sus empleos, y a todas se les prohibió salir del país por un año.
Dieciocho años después, todo eso es historia. Los años han pasado y a pesar de las dos guerras en Irak, de la caída de Saddam Hussein, de la guerra contra el terrorismo, y extremismo religioso, las mujeres sauditas siguen sin poder conducir.
Los eruditos religiosos aclaran que no hay en la Ley Islámica ninguna restricción para que las mujeres conduzcan automóviles, pero que el tema debe verse “en contexto”. Según ellos, las mujeres deben ser protegidas de cualquier tipo de acoso. Añaden que hay problemas de seguridad en las carreteras. Es necesario tomar acciones preventivas para que las mujeres conductoras no sean objeto de ningún tipo de ofensas…
Quienes participaron en esa jornada, hoy la recuerdan entre anécdotas y risas aunque también algunas lágrimas. “La nueva generación de mujeres sauditas deberían buscar su oportunidad y atreverse otra vez, aunque en la acción pierdan hasta la posibilidad de un buen matrimonio”, comenta irónicamente Fowziya Al Birkr, una de aquellas heroínas de noviembre de 1990.
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