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                                                                      Por Wilmer Silva (*)

            El chocolate siempre está presente en los momentos importantes de nuestra vida. Sea en grandes o pequeñas ocasiones, este elixir de los dioses siempre aparece de distintas formas. Con sólo advertir su aroma o disfrutar su sabor, nuestros encuentros son más placenteros, nos invitan a la evocación y al disfrute.

            Desde la era precolombina, el cacao, fruto que da origen a esta codiciada joya, ha sido objeto de atención. Era ofrecido en rituales para el nacimiento y la infancia. Haciendo analogía entre el color de sus semillas y la sangre, para los toltecas representaba una princesa de la tribu salvajemente asesinada. Mayas y aztecas descubrieron las propiedades hidratantes de la manteca de cacao, que fue utilizada para cicatrizar quemaduras y cortaduras. Así mismo, fue utilizado como moneda de intercambio, tal como lo refiere Hernán Cortez, quien escribió en 1520 que tal era su importancia para los indígenas, que compraban con él todo lo que les era necesario.

            Fue a partir de 1580 cuando los españoles comenzaran a hacer esta alquimia del cacao, que mezclado con azúcar y servido frío, pasó de ser un producto aborrecido a tomar un importante sitial en la mesa de esta cultura. 

            Hacia 1634 es cuando toma vigor la idea de beber chocolate caliente, gracias a los holandeses, que luego de sus grandes viajes enviarían los primeros cargamentos de cacao en barco hacia Amsterdam, que se convertiría en el más prometedor centro de comercio del chocolate en Europa. En sus primeros intentos trituraban el cacao, que luego calentaban y mezclaban con especies, dejaban enfriar y endurecer, para luego beberlo fundido con leche o agua caliente.

            Cuántos nobles  y burgueses sucumbieron ante las pasiones que provocaba el chocolate. Para Luis XIII, Madame Pompadour, hasta la reina María Antonieta, fue objeto de culto, ya que dio origen a creaciones de orfebres italianos y franceses, quienes idearon recipientes en oro y plata para consumir esta bebida inmortal. Hasta Goethe compuso poemas en honor de su predilecto elixir.

            Primeramente consumido por las élites, su demanda se fue expandiendo hasta ser un producto de gran comercialización. Al chocolate se le han atribuido virtudes medicinales, antidepresivas y hasta afrodisíacas. Son muchas las alegrías, despechos, amores y desventuras que han estado salpicadas por su sabor, generando historias y anécdotas  para el recuerdo de todos.

            Una de las más recordadas historias sobre el chocolate está referida al Duque de Meternich, cuando ordenara a su pastelero Franz Sacher una exquisita creación, que dio como resultado esa inmejorable torta de chocolate y polvo de almendras rellena de mermelada de duraznos y cubierta con exquisito ganache de chocolate, que logró tal satisfacción al duque, que terminó provocando un litigio entre Franz Sacher y otro pastelero. Finalmente, Sacher ganó la batalla. Hoy día la torta Sacher está presente en las más prestigiosas pastelerías del mundo y es emblema de gloriosos momentos en familia.

            Ante estos designios ¿Quién puede resistirse al ser tentado por una  emblemática Selva Negra, un siempre esperado profiterol cubierto de chocolate, una  imponente Reina de Saba, un aromático fondue con todas sus menudencias, un Mantuano Negro en camisa o tan sólo probar un trozo de esta delicia a media tarde? Implicaría tener mucha cordura para no rendirse. Bien decía el magistrado  y político francés Brillat Savarin (1755-1828): “Cualquier hombre inteligente que se haya sentido necio temporalmente, que se tome medio litro de chocolate y recuperará su ingenio”.

(*) Periodista

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Quincenario El Espacio

Caracas, julio 2009