Por Eduardo Semtei
Periódico EL ESPACIO
He insistido en reiteradas oportunidades que un notable grupo de venezolanos donde destacan dirigentes como Douglas Bravo, Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Américo Martín entre otros, pertenecen de suyo y fueron los fundadores del movimiento socialista y de izquierda venezolana. Combatieron, arriesgando su vida, a la tiranía de Pérez Jiménez, se destacaron como luchadores incansables por la democracia, más tarde en un giro radical iniciaron la lucha armada en Venezuela a nombre del socialismo y bajo la marcada influencia de Fidel Castro y la Revolución Cubana. En las montañas de Venezuela quedaron sembrados los cuerpos de muchos compañeros que levantados en armas intentaron imponer los ideales socialistas en base a la guerra de guerrilla. A contrapelo, lo que podría llamarse la “Nueva Izquierda” formada por militares que no más ayercito perseguían implacablemente y a tiros a toda manifestación popular, ahora pretende dar lecciones de política revolucionaria. Lo que subyace en realidad en una voracidad despreciable de hacerse del Tesoro Público para el disfrute personal. Varios de los diputados más sonoros del Zulia pertenecieron a Acción Democrática y Copei, lo mismo puede decirse de las más altas autoridades de los estados Sucre, Barinas y Bolívar. Está bien que Nicolás Maduro o Darío Vivas o Juan Barreto hablen abiertamente de su condición de socialistas, pero de allí a que los recién egresados del Poder Militar hablen de su lucha legendaria a favor de los excluidos y por la igualdad entre los venezolanos es, por decir lo menos, una falsedad histórica y una pretensión necia. Claro que se puede cambiar de bando y pasar de militar represivo a ideólogo del Socialismo del Siglo XXI en unos cuantos meses, pero aunque ese salto histórico ¿Histérico? es enteramente dudoso, la pretensión de ser jueces para decidir quién es y quién no es socialista no la admito. Sé por mis recorridos en todo el país, por las conversaciones con centenares de venezolanos de todos los estratos, niveles, religiones, clases, profesiones, sexo etcétera, que son miles y miles los venezolanos que empollaron originalmente los movimientos socialistas en el seno de los estudiantes, de los obreros, de los colegios profesionales, de los sindicatos, de las juntas pro-mejoras de los barrios, de las universidades, que se encuentran dispersos y desorientados en virtud de una campaña bestial dirigida desde el poder a convencer que el socialismo nació con la insurrección del 1992. Esos venezolanos que lucharon denodadamente y desde la izquierda, primero contra la dictadura perezjimenista y luego contra la corrupción y la desigualdad, hoy tienen el derecho a reivindicar su condición y gritar a los cuatro vientos del mundo que el socialismo por el cual lucharon no tiene nada que ver con este estado de cosas que repite como una maldición, por una parte la vergonzante corrupción de la IV República y por la otra la tentación totalitaria y militarista de su antecesor. No podemos permitir que los sueños del socialismo democrático que alentaron nuestras luchas durante tantos años sean hoy arrinconados en nombre de un fulano proceso que cada día se despeña más y más por caminos autoritarios y excluyentes. No es posible un gobierno que de golpe y porrazo excluye a la mitad de la población que reiteradamente vota por la oposición acusándolos impropiamente de escuálidos, oligarcas o ricachones. Amigos todos de la izquierda venezolana, que de algún modo dirigieron o acompañaron las luchas y los sueños de los irredentos de la humanidad: frente a una dizque nueva izquierda, hay que salir orgullosamente a declarar que somos la izquierda histórica. Histórica, pues escribimos las páginas más patriotas, los momentos más decisivos, los actos más heroicos. Rompimos con los conceptos estalinianos de culto a la personalidad, de la dictadura del proletariado, de la aniquilación de la disidencia, del concepto anacrónico del partido único. Quienes saltaron la talanquera no fuimos precisamente nosotros sino aquellos que iniciándose en las luchas políticas en nombre de la democracia, el pluralismo y la igualdad hoy abjuran de tales conceptos y en su lugar repiten malsanamente todos los defectos que en materia económica, cultural y política terminaron por derrumbar el bloque soviético. Todo lo que comienza igual generalmente termina igual.
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