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Norvis E. García / Periodista /

Periódico EL ESPACIO

            Antonio Ledezma es además de necio, refractario. Lo ha demostrado durante la cadena de humillaciones que padece entre las calles oscuras de su desgracia. Ledezma es de los que gustan tropezar con la misma piedra más de dos veces. A estas alturas, con la cantidad de desplantes que le ha hecho el presidente Hugo Chávez, insiste en hablarle y debatir con su sombra. Dialogar es el término empleado por el defenestrado alcalde metropolitano, que ha quedado como el primer indigente público electo por los caraqueños. Le cierran la puerta y se sale por la ventana. Pareciera ser un encomiable arresto de valentía, sin más reconocimiento que la risa burlona de los rojos en la Plaza Bolívar, en el Parlamento y en Miraflores. Es precisamente lo que lo mueve a la protesta, aunque particularmente, con todo respeto, creo que es un cabeza de alcornoque. O es que acaso le hará falta un ultraje más para entender que ni el gobierno ni el PSUV le quieren ver las pisadas.

            Es una lástima que Ledezma crea que su pelea es democrática, con apego a las leyes y en pleno estado de derecho. Lo que quizás no ha logrado comprender el veterano luchador social y con una vasta y sólida experiencia en el campo político, es que los 700 mil y algo más de electores que fueron a las urnas el 23 de noviembre pasado para elegirlo, lo hicieron para colocar en esa posición de lucha a un hombre que tuviera el coraje de enfrentar la autoridad presidencial, que defendiera a toda costa el sistema de libertades ciudadanas, que peleara como un verdadero gladiador por la justicia social y económica, le saliera al paso a la exclusión siniestra de los más débiles y devolviera a la ciudad el rostro humano que se ha perdido y que tanta desgracia y luto ha hecho reinar en el hogar.

            No es la hora de implorar ni suplicar para ser escuchado. La población capitalina lo ha estado observando incrédula y decepcionada. Es que esa pléyade de electores lo escogió para que se hiciera respetar frente al autoritarismo y no precisamente para que implorara la gracia oficial del Presidente, del alcalde de Libertador y de la jefa del gobierno capitalino. Se le quiere ver arrodillado.

            De ninguna forma merecerá el respeto del chavismo. Su testarudez lo ha llevado al extremo de ofrecerse para ser el interlocutor posible para los padecimientos del pueblo y de los propios funcionarios de alto nivel que según el alcalde metropolitano no se atreven a discrepar del primer mandatario nacional. Una payasada más, pues nadie le ha propuesto el papel de árbitro del oficialismo ante la llamada oposición democrática. Acaso no se ha dado cuenta que la guerra es sin cuartel y su rendición debe ser sin condiciones como en la batalla final, o sea, dejando despejado el camino para que la nueva gobernante capitalina cumpla al pie de la letra su libreto. Otra cosa, alcalde Ledezma: Jacqueline Farías, igual que usted y otros ciudadanos que se declaren incondicionales de quien ejerce el poder, no tiene otras opciones posibles para desacatar la orden presidencial de ser su verdugo.

            Lo que realmente debiera evaluar el despedido alcalde mayor, declarado en huelga de hambre en la sede de la OEA, es la causa por la cual la población no había salido a la calle a protestar y reclamar el respeto a la Constitución. ¿Definitivamente vendrá el desmantelamiento del distrito metropolitano? ¿Será acaso que el temor se adueñó de la racionalidad del venezolano? ¿Las armas de la república pudieran ser utilizadas contra el pueblo si se rebela? ¿Existen garantías suficientes para no pensarlo? Son apenas tres interrogantes que precisan el grado de desasosiego de la población capitalina que se había mantenido en calma. Armada de un valor represado, esa población ha reaccionado al verlo jugar su mejor carta: el ayuno por el restablecimiento del Estado de derecho. La equivocación quizás estuvo allí, en la aparente certidumbre que le mostraba un camino relativamente fácil al alcalde electo para asumir una responsabilidad que se pensó sería indefinida y para lo cual se consultó a la población en referéndum para saber si el mandato, además de alternativo, podría ser por casualidad eterno para la revolución bolivariana.