Por Andrés Salas
Periódico EL ESPACIO
Hace un año le hubiera dedicado cualquier improperio a quien hubiera osado señalarme que terminaría votando por Antonio Ledezma para alcalde mayor. ¡Ni de vaina!, le hubiera espetado como mínimo: ¿Yo, apoyar a uno de los antiguos delfines de Carlos Andrés Pérez y luego aliado de Alfaro Ucero, un adeco arquetípico y hasta hace poco abstencionista de uña en el rabo? Pero ante los estropicios por comisión y/u omisión del antiguo burgomaestre de cuyo nombre prefiero no acordarme, ¿Qué más podía hacer?
Considero que no hay en política -y menos en la Venezuela actual- espacios para el idealismo y el desinterés, por más que el Presidente declare cada vez que se acuerde que "ser rico es malo". Con un talante típico de mal perdedor, la nomenklatura estatal, recurriendo a argumentos baladíes que ameritarían como mínimo la risa sardónica de cualquier profesor de Derecho Constitucional serio, se procedió a despojar a Ledezma, aún antes de tomar posesión de su cargo y de su sede, y por allí siguieron los irrespetos a los más de 700 mil votos obtenidos por éste en 2008.
Obviamente, los ataques del aparato estatal han sido inclementes, mostrando un para nada carácter humanista y mucho menos progresista, sino que -paradójicamente- al despojarlo de sus competencias, el mismo gobierno nacional ha sido el mejor propagandista que haya podido desear Ledezma. Sin embargo, ante la aniquilación institucional desatada en contra de su investidura de Alcalde Mayor (leí en una ocasión que en política no hay oportunistas, sino quienes aprovechan las oportunidades), Ledezma con un actuar coherente y hasta creíble (muy raro en estos tiempos entre la clase política nativa), tomó la decisión que todos conocemos de declararse en huelga de hambre en la sede de la OEA. El simbolismo de ese proceder, representa que, aún cuando Ledezma es una cara de siempre en la política venezolana, su gesto paradójicamente más allá de todas las descalificaciones recibidas de parte del gobierno, lo presentó como alguien con la prestancia y el ánimo de anteponer su comodidad a la defensa de la legalidad, de sus trabajadores y del estado de derecho en Venezuela.
El Alcalde Mayor debería agradecerle mucho de su futuro político inmediato a quienes han querido hacer una gracia y les ha salido una grotesca morisqueta, al querer ser más marxistas que Marx, más antiimperialistas que Sandino y más chavistas que Chávez. Ah, pero eso sí: viviendo en las escualidísimas, odiadas, pitiyanquis y burgués nacional-traidoras urbanizaciones del este caraqueño, gozando de todas las prebendas disponibles para la nomenklatura manzana: roja por fuera, pero más blanca por dentro que el CEN de AD en pleno apogeo puntofijista. Así cualquiera se declara antiimperialista y anticapitalista con ropa y accesorios de marca, pero eso ya es material para otro artículo.
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