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Por Nelson "Lonpleipeluo" Ramírez

El complejo de inferioridad de ese peón alzao que es Hugo Chávez, ha generado una profunda pero, más que todo, absurda división entre los venezolanos.
En la práctica, no hay sector de nuestro país, que haya logrado escapar del fundamentalismo que nos parcela a casi todos en, antichavistas y chavistas, estos últimos tan golpeados como los que no lo son, conforme a los desplantes del déspota.
Es lo único en que ha tenido éxito, Chávez. Al extremo que hasta el mundo perruno ha sufrido los embates del odio canino, malsano, garrapatudo, sembrado a lo largo y ancho del país.
 ¿Hasta los perros? Pues sí, hasta los perros. Sin importar raza, pelambre, color, pulgas, si son chucutos o con frondosa cola, barriobajeros o con pedigree. Todos han sido víctimas de tal segregación.
Días atrás, por ejemplo, ocurrió un incidente nunca visto en los anales cuadrúpedos. Se encuentran un perro antichavista y otro chavista en la sala de espera de una clínica veterinaria. Ya se imaginarán la actitud de este último. Con aquel resentimiento, aquella sarna social, aquel mal de rabia en el alma, que obliga a quienes la padecen a llevar una vida de perro, valga la aparente redundancia.
- A mí, me iba muy bien –comienza a relatar el perro chavista- desde que mi comandante llegó a la Presidencia. Claro, mi amo dejó de ser humano para convertirse en perro de la guerra. Una de las pocas profesiones lucrativas en los últimos  ocho años. Pero, me trajeron porque van a sacrificarme.
- ¿A sacrificarte? –se asombra su congénere antichavista-. Pero, si te ves saludable, no veo por que te tienen que sacrificar.
- Me metí en problemas. Una tarde –prosigue el animalillo que también era integrante de los batallones caninos, de peores pulgas, que se agrupan alrededor de PSUV-  estaba allí, en el jardín de la quinta que mi amo compró en La Lagunita. Porque no vayas a creer. Hasta el gato de la familia pegó un brinco desde Los Flores de Catia hasta una urbanización oligarca. Entonces viene, pasa por ahí una perrita, morisquetera, élla, pisperita, y yo, aprovechando un descuido del mayordomo de la casa, ¡zas! me la raspo, ahí mismo, en el medio de la calle. Pero, ¿a que no adivinas? Era la perrita "fifí" de la “donna”. Entonces, mi ama para lavar el honor mancillado –me refiero al de la “donna”, no el de la perrita que se fue muy feliz-
inmediatamente me condena a la eutanasia.
 El perro antichavista, venezolano, buena gente al fin, no importa que sea disidente o afecto al gobierno, después de oír la tragedia, le transmite al perro chavista sus condolencias.
 Ambas criaturitas del Señor permanecen, sobrecogidas, en silencio largo rato. Pero, de pronto, el perro chavista le pregunta al antichavista. "Por cierto, y a ti, ¿por qué te trajeron al veterinario?".
- Pues, verás, a mi me ocurrió una historia un tanto parecida a la tuya ¿Ves a aquella trigueñota sentada a mi lado? Es mi ama. Una mañana de esas, estaba yo mirando televisión por cable, echadote en la cama y veo que semejante mamita sale de la regadera, acabada de bañar, desnudita y se le cae el cepillo con que se estaba peinando y cuando se dobló para recogerlo del suelo, no pude aguantar y ¡zas! hice como tú hiciste con la perrita de la “donna” sin mayores contemplaciones.
- Lo menos que te habrán traído – le observa el perro chavista- será para caparte...
- ¡Qué vao! Me trajeron para bañarme, secarme el pelo y hacerme la permanente en el bigote.

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