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Por Nelson “iPodpelúo” Ramírez
Nerón, (el romano) no ha tenido lo que se dice buena prensa. No ha sido el gobernante más depravado, pervertido, más degenerado de la Historia, pero su solo nombre evoca corrupción, desconocimiento de los resultados electorales, venalidad, disipación, populismo, empobrecimiento del pueblo, asesinato, dispendio, maltrato a las mujeres, desviaciones íntimas, adicción a sustancias de alto octanaje, persecución al adversario, al punto que fue durante su mandato que se entronizó la decapitaron y crucifixión de miles de cristianos, incluidos san Pablo y san Pedro. Por si fuese poco, Nerón era lo que se dice, echón, verrugón, bocón, chorizón, chicharrón y cobardón (guapo, cuando estaba apoyao, pero a la hora de las chiquitas es fama que era asustadizo y propenso a la capitulación). Por si fuese poco ante determinadas crisis, lo mismo se escondía debajo de las sotanas de un cura o botaba la segunda.
 En medio de los desplantes propios de todo peón alzao, este antihéroe, gozaba una y parte de la otra, pronunciando interminables peroratas y se encuentran bien documentados los episodios en los sus subalternos más abyectos un tal, Aristóbulus y otro tal, “Audius-La Cornichorum” Rodrigorum, le reían sus chistes malos y sus pretendidas dotes de actor, orador, cómico, músico, cantante, locutor y atleta (Nerón también se ufanaba de ser un experimentado conductor de carros de combate, aparte de cuarto bate, short stop, prospecto de pelotero de Grandes Ligas y galán, aunque no fuese más que un galón).
    Sus vergonzosas taras físicas, pero sobre todo morales comenzaron desde chiquito. Julia Agripina, su madre, tampoco era lo que se dice un dechado –el cronista evade ciertas referencias concretas por aquello que a las mujeres, ni con el pétalo de una rosa. Pero lo cierto fue que cuando chico fue abandonado por la “doña” de modo que su formación (más bien su deformación) corrió por cuenta de la abuela. Habrá que consultar con Freud, Adler, Jean Piaguet, sobre las secuelas que tienen las malas mañas aprendidas desde muchachito.
Nerón fue golpista. Su llegada al Poder estuvo precedida por conatos de magnicidios, sediciones y golpes de Estado fallidos. Algo que llegó a concretar con el auxilio de su propia madre (la vieja cuando olió que se podía meter unos denarios, se reconcilió con su “bebé”). Fue cuando Nerón y su amantísima madre envenenaron a Calígula.
Al comienzo, intentó posar de gobernante amante de su pueblo y respetuoso de sus necesidades. Le duró poco. No aguantó dos pedidas y en cuanto tuvo la oportunidad no se  quitaba un Cartier Pashá, una túnica Brioni, unas sandalias Prada ni unos calzoncillas Dulce & Gabana. Sus seguidores y familiares más lejanos, tampoco pelaron ese boche. Se hicieron clientes de los Hummers, town houses en Miami y cuentas bancos off shore.
Nerón, tenía que terminar mal. Cuando vio declinar su estrella, le dio por desconocer referendos, plebiscitos, senados consultos, incluida la desvergüenza, de cantar victoria aun cuando lo recibido en una votación fuese una vulgar paliza. Fue cuando el populacho lanzó la famosa Lex Atajaperrum o “¡Nemo calamus altera superchorizorum!”
Unos cronistas hablan de suicidio. Otros, aseguran que plebeyos, nobles, siervos y esclavos terminaron por guindarlo por las verrugas (verrugas burocráticas, aclaramos, a estas alturas el verrugicidio ¡ni con el pensamiento!). Su pésima fama ha trascendido por milenios, al extremo que con el nombre de Nerón, hoy día, solo se bautizan perros (sarnosos) o se utiliza de apodo para gobernantes de cierta calaña.

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