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Por Eduardo López Sandoval

Cantan los gallos. Dentro de dos horas su padre se levantará y se irá a algún sitio a buscar algo. Nunca descubrirá, en el camino de  los setenta años que recorrerá, qué buscaban los mayores varones, y dónde.

Hoy es lunes once de octubre, ayer era el día diez del mes diez del año diez, y él cumplió diez años. Era motivo para que él,  Jhon, se dedicara a construirse su primera rasca, pero no tomó. Su dios lo recibiría en la felicidad que les prodigaba el alcohol contenido en los botellas de cerveza que le sobraban a los criollos. Dios lo recibiría bien, dijo su tío, porque se ha portado obediente con su padre y con su cacique, que ya pasó la edad para emborracharse, que ya rápido como un venado, -o más bien como un carro gris, se corrigió-, vas a ser un hombre que va a salir con los mayores de la tribu a cazar. Se dio cuenta de que estaba diciendo mentiras porque en esta ciudad no había cacería, y ellos no tenían flechas, ni curare, ni cocina con fuego, ni tierras.

El tío no siguió hablando, no porque se percató de que estaba diciendo mentiras de los venados que a él lo ponían triste, sino porque sus compañeros de celebración se quedaron dormidos por la borrachera.

Jhon oía el cantar de los gallos, que sólo los muchachos de la tribu entendían,  que era diferente en todos los pueblos con semáforo donde llegaban a pedir dinero, que a él le gustaba oír cuando peregrinaban a otra ciudad, “porque en el pueblo donde estaban se había agotado la cacería”. Así decía el Cacique para indicar que la gente ya no daba plata en los semáforos, “ni para comprar ron, ni para la pasta”.

Pero para Jhon ese día el cantar de los gallos de este pueblo era igual al quiquiriquí del pueblo anterior. Intento recordar los cantares de los gallos de todos los amaneceres de su vida y los recordó iguales. Se decía que quizá eso era algo de los mayores, como ya el tenía más de diez años, que los había cumplido ayer, a lo mejor había perdido la habilidad para entender el cantar de los gallos. Estaba amaneciendo el primer día de mayor en su vida. Quizás Jhon ahora, como mayor, podía ordenar a las indias hembras que pidieran real en el semáforo, para ellos. Como hombre, tomar la plata para beber ron y comprar empanadas, y quizá era tiempo en el que podía montar y penetrar una india y hacerla gemir, y poner él la voz ronca de placer. Pero no, aún no tenía edad. Su madre lo halo con fuerza por el pie para que fuera al semáforo, le dio la perolita de plástico que el Cacique había recortado con su cuchillo, y leyó con la dificultad del amanecer en un camión abandonado en el vertedero  de basura de esta ciudad con semáforos, que la carcomida perolita conservaba aún un papelito que decía Aceite Diana, leyó para practicar lo aprendido en las últimas dos clases con el cura del pueblo sin semáforos y con tabaco para cosechar, que habían visitado la semana pasada, no leyó para saber qué decía, pero Diana le pareció el nombre de una muchacha.

El cacique decidió que viajarían porque en los campos de esa ciudad se había terminado el tabaco para cosechar y no había la cacería de los semáforos porque no existían estos aparatos.

Jhon aprendió a leer las letras de los criollos, y a escribirlas luego. Mucho tiempo después y con muchísima más dificultad, se explicó un día, por qué ellos -los de su tribu- que tenían una lengua diferente, que ellos se entendían aunque no se hubieran conocido nunca, que se entendían solo con oírse, no importa que no se vieran, no tenían por su parte, alguna forma de escribir. Aprendió a leer, y leyó historia, y no entendía por qué los políticos  del partido rojo dicen que esta tierra es de ellos, -de los indios-, pero no tenemos donde cazar, o sembrar, o nuestros niños jugar, o enterrar a los que mueren.

Los hombres duermen la rasca de su cumpleaños y del domingo, que es el día de Dios, porque lo dijo el Cura, y por eso no es de cacería, es de celebración. Mañana es doce de octubre, Día del Descubrimiento, otro día de celebración. Jhon oyó que ya no se celebra el Día del Descubrimiento, ahora es el Día de la Resistencia Indígena, los mayores varones lo aceptaron así, como aceptaron, -esta vez no la botella-, sino la caja de ron. En las cajas que trajo el Diputado del Partido Rojo, Jhon leyó que decía el nombre del Capitán de la tribu. Con el pasar de los años observó que éste no era un especial homenaje a su Cacique, que habían muchos caciques en esta tierra y que Cacique era una marca de ron.      

Jhon no entendió por qué cambiaron el nombre a Resistencia Indígena. Pensaba que si bien los europeos descubrieron a America, los nativos de aquí ese día también estaban descubriendo a los europeos. Debería llamarse entonces, el Día de Descubrimiento. El tiempo le indicó que se celebraban las cosas que había ocurrido en tiempo pasado, no se podía entender que se celebrara la resistencia indígena cuando ésta estaba ocurriendo en tiempo presente, y la resistencia era precisamente contra los del gobierno del Partido Rojo Rojito, que celebraban como un triunfo su propia derrota, o lo contrario. No entendió su historia presente.

No estuvo nunca de acuerdo nunca con que lo llamaran indígena, porque ese no era un nombre propio de su grupo, los nacidos en esta tierra. Es como decir nativos. Todos los habitantes del mundo del mundo son nativos o indígenas de la tierra donde nacieron. De tal manera que el día de la resistencia indígena no tenía ningún sentido, ni por indígena porque ese no es nuestro nombre, ni por resistencia porque esa no ha dejado de ser. Esa es la que estamos soportando del gobierno que nos dará ron mañana 12 de octubre. Jhon no tomó ron nunca este día porque no tenía nada que celebrar, se dijo.

El indio Jhon, que así le gustaban que le llamaran, leía cosas de política y estudiaba  Historia de Venezueela, y le parecía que eran  hechos tan asimilables que parecen ser uno solo. Estudiando la historia de este país llamado Venezuela, miró que en algún momento fuimos parte de la Geografía de un país llamado Colombia. Y que el nacimiento de la República, de la patria, de Venezuela, se le debe a las acciones del Catire Páez, pero que por decisión de los que dirigen hoy al país que creó Páez ayer, éste ya no está en ningún billete, hoy. Observó las ardientes discusiones acerca de las diferentes posiciones al colocarle nombres a la Geografía. Vio que el Congreso Nacional ya no se llama así. Se llama Asamblea Nacional, pero igual no funciona. Su propio nombre, Jhon, observo que quienes eran descendientes de los europeos se llamaban John, pero los descendientes de africanos, los negros, se llamaban Jhon, igual que él. Le preocupaba a Jhon algunos hechos.  HECHO UNO: Simón Rodríguez y Zamora, dos de las patas del trípode del llamado Proceso, - que Jhon le decía Poseso-, no son toponímicos de ningún Estado Federal. HECHO DOS: La República de Venezuela ya no existe, ahora hay una tal República Bolivariana de Venezuela, y bolivariano no es un gentilicio. Decir bolivariano es designar al miembro de un partido político rojo rojito y no a un nacido por estas tierras. HECHO TRES: El Municipio que se llamaba Libertador, para recordar a este glorioso venezolano que murió en Santa Marta, le anteceden el nombre de Bolivariano, en honor a los miembros de un partido político rojo rojito, que a su vez pertenecen a unos "Batallones". HECHO CUATRO: La Corte Suprema de Justicia ahora es el Tribunal Supremo de Justicia. Pero no es justo, y definitivamente no es tan supremo. HECHO CINCO: El FONAIAP ahora es el INIA, el Ministerio Sutano es el Minpopomengano. Observaba Jhon que los cambios de nombre hechos para no cambiar nada, eran interminables.

El 12 octubre de 2010 Jhon no irá a celebrar su tragedia, su resistencia contra los que celebran. Ellos son los sujetos activos del delito del atropello, la comunidad de Jhon son los actores pasivos que “resisten” el atropello. Ellos celebrarán y compraran aplausos con ron.

Eduardo López Sandoval, desde Calabozo, la capital del Llano Integral Colombovenezolano.

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