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Por Nelson “Lonpleipelúo” Ramírez
                El bandolero de Sabaneta, ha dicho que todas las tierras son del Estado. Anticipación retórica de la frase populista y más sensiblera, según la cual, todas las tierras son del pueblo.
                En tiempos de la reforma agraria adeca y romulera, se proclamaba que la tierra era de quien la trabaja. Algo que tampoco se pudo cumplir, porque, hoy día, como lo sabe cualquiera, si usted le regala una parcela a un hombre y no lo adiestra, no le da asistencia técnica, no le otorga créditos para la adquisición de maquinaria agrícola, pero sobre todo, no lo supervisa para que no malbarate el  dinero del financiamiento en aguardiente o en corruptelas, la inversión se perderá, como lo atestiguan numerosos intentos en igual sentido.
                Por no mencionar sino un caso, por lo demás, muy afecto a nuestra revolución de pacotilla: Cuba. De ser, antes de Fidel Castro, el mayor azucarero del mundo pasó al décimo y de haber llegado a producir antes aquel slogan falso y retrechero ¡La reffoma va!  más de siete mil millones de toneladas al año, hoy, apenas alcanza los dos millones y medio. Un fracaso rotundo que no se ha podido mitigar, ni con los reclutamientos de estudiantes, mujeres, oficinistas y hasta militares, quienes en determinadas épocas del año son conducidos bajo coacción y amenaza a la manigua a tumbar caña.
                No es del Estado, ni del pueblo, ni siquiera de quien la trabaja. La tierra, es de quien la sabe trabajar. Usted agarra a nuestro campesino, le entrega un conuco, un azadón, le otorga unos cuantos millones en crédito y resulta que una empresa agrícola de Nueva Zelanda, le coloca  el mismo producto del campo en puerto venezolano a menor precio. La inexplicable  explicación, es muy sencilla: sin alta tecnología, no hay repartición de tierra que valga.
                De cualquier manera, vamos a ayudar a la cleptocracia chavista, aunque mal pague, para que su repartición de conucos endógenos sea lo más equitativa y democrática posible.
                “La Casona”, porque por alguna parte hay que comenzar. Chávez no vive allí porque teme que en cualquiera de sus traslados por la autopista Francisco Fajardo, algún sicario contratado por “Tío Sam” lo envíe hasta el otro mundo. Entonces, nada más justo que instalar en la ex residencia presidencial, un jardín de infancia o un hospedaje de jóvenes abandonados. ¡A ver, muchachos y muchachas de la calle, tomen “La Casona” que es de ustedes, porque es una instalación ociosa.
Fuerte Tiuna, figura como segundo en la mira ¿No dicen que en Caracas se agotaron las tierras y que la ciudad no tiene hacia dónde crecer? ¿no desafectaron parte del parque nacional “El Avila” porque no tenían donde levantar unas viviendas para el pueblo? Pues allí tienen unas miles de hectáreas, ociosas o subutilizadas, porque basta que usted ingrese a esas instalaciones para que se convenza que desde 1999, lo priva en nuestras guarniciones es la holgazanería.
                Como tampoco la cosa puede quedarse en Caracas, la tercera posesión en ponerse al servicio del pueblo, debería ser la hacienda de la familia Chávez. Se trata de uno de los casos más emblemáticos de riqueza súbita ocurrida en este gobierno, donde unos pelabola de solemnidad, pasaron a ser hacendados o superterratenientes.
                La internacionalización bolivariana ha sido una de las preocupaciones de su líder fundamental. Por consiguiente, nada más justo que llevar más allá de nuestras fronteras, la repartición de la propiedad. Y que conste, no incluyo en mi enumeración, las cuentas en los paraísos fiscales de los magnates bolivarianos. Es que quiero evitar que digan que Lonpleipelúo  se convirtió en comunista.

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