Por Rey Vecchionacce
Mucho se ha escrito sobre la famosa “cultura venezolana”, bien sea por esos famosos íconos que nos identifican con nuestro gentilicio, como por ejemplo algunas costumbres navideñas referentes a los pesebres, a las hallacas. En otras épocas del año, en las que celebramos días feriados, los venezolanos nos identificamos con símbolos folklóricos, como la "Quema de Judas" en Semana Santa. En el deporte contamos con un inmenso equipaje cultural. En este caso, vemos la fanaticada de los distintos equipos de beisbol y los respectivos chalequeos a los que se someten entre quienes apoyan a unos y otros clubes.
Muchas mañas
Sin embargo, en un renglón mucho más inferior a lo que podríamos llamar nuestro “escalafón cultural”, siempre he creído que los venezolanos somos unos seres humanos que poseemos mañas. Muchas mañas. Como hoy en día todo viene acompañado de un elemento asociado a la tecnología, no podía yo hablarles sobre estas mañas sin identificarlas como unas especies de "chips cerebrales", que los venezolanos traemos incorporados desde el momento de nacer y que nos diferencian, quizá, del resto de la población mundial.
Hablemos de lo que considero es uno de nuestros chips más importantes:
El chip “haga cola donde sea”
Es harto conocido que los venezolanos somos víctimas de las colas. Para nosotros hacer colas es como el cigarrillo... sabemos que nos hacen daño, pero igual nos encanta hacerlas. Es como una programación especial que tenemos para pararnos detrás de otra persona, sin importar qué pepinos, ésta se encuentre haciendo. Es pues, una especie de chip cerebral que nos obliga a hacer cola sin importar qué tipo de instrumentos se diseñen para quitarnos nuestros derecho a pasar roncha.
En los cines
Tenemos el ejemplo de los cines. Desde hace ya unos cuantos años, muchas de nuestras salas de cine cuentan con un servicio de sillas numeradas. En cualquier otra parte del mundo, esto hubiese significado el fin de las colas para ir al cine; pero no, ahora uno puede comprar cómodamente su entrada al cine y ¡zas! de inmediato lo invade a uno un deseo incontenible de hacer colas y rápido se mete uno cual sardina en la cola de las cotufas. Más increíble aun, es que una vez que compramos las cotufas, seguimos ávidos de cola y entonces nos paramos en la entrada de la sala a hacer fila para entrar de primeros. No importa que las sillas estén numeradas o la sala esté vacía. Si alguien me dijese que la sala va a oler a carro nuevo, yo entendería tanto afán, pero generalmente las salas de cine huelen como a zancudo.
También en los bancos
Por otro lado, tenemos el caso de los bancos. Aunque los bancos representan una especie de agujero negro cósmico, cuya única misión en el universo es hacernos perder tiempo, algunas agencias bancarias dispusieron un sistema de números para evitar las tediosas colas dentro del banco. De esta manera, si uno llega a un banco abarrotado de gente, puede tomar un número y aprovechar de ir a hacer otras diligencias o por lo menos evitarse la angustia de hacer una gigantesca cola detrás de un motorizado que huele a una mezcla de 3 en 1 con humo de ferry.
Sin embargo el chip de los venezolanos nos obliga a encontrar la manera de evitar este adelanto tecnológico y hacer nuestra cola. Para lograr eso, uno llega a un banco lleno de gente y nada más para agarrar el número, tiene que hacer cola. Pero eso no es todo, pues al momento en que uno llega a la máquina dispensadora de números, en vez de agarrar el único numerito que le corresponde como cliente, agarra otro de no cliente y otro de cliente VIP. Esta conducta, acarrea como consecuencia que en un banco donde hay 100 personas, haya 300 número en espera. Esto nos garantiza, no una cola convencional, pero si desperdiciar nuestro tiempo viendo como las cajeras desocupadas van pasando números que no son atendidos por nadie.
Otra cosa que se deriva de este asunto de los numeritos, es que cuando agarramos el fulano número en un banco, salimos espepitados a buscar otro número... en otro banco, otro número en donde se paga la luz y otro número donde se paga el teléfono. Esta conducta hace que nunca estemos a tiempo en ninguno de los sitios porque, vueltos un ocho con ese berenjenal de tickets y números, siempre llegamos tarde a nuestro turno. Es entonces cuando nos paramos justo detrás de la persona a la que están atendiendo en ese momento y enseñándole el papelito al cajero le decimos con cara de pendejos “ay señor, mi número lo acaban de pasar” y así hacemos nuestra propia colita.
Nos encanta tanto hacer colas en los bancos, que hasta a los viejitos (con todo respeto) les pusieron su propia cola, la cual muchas veces tarda más que la cola convencional.
Hay que agradecer al gremio bancario venezolano, que en defensa de nuestro derecho a hacer colas, hayan tomado la decisión de siempre poner a trabajar menos cajeros. Uno se siente fresquito cuando llega a un banco y ve que en 8 taquillas, sólo hay 2 cajeros trabajando. Por eso, creo que los banqueros deberían ser diputados ¿no creen?
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