Mi madre tuvo la oportunidad de regresar a Venezuela de vacaciones, después de haber estado 9 años –casi una década- en Estados Unidos (y no precisamente en Miami). Además de estar sumamente emocionado por su visita, me entusiasmó saber y experimentar cómo se veía Venezuela con ese “antes” y “después” que la vida le escribió. Fue como conocer la opinión que tuviese Walt Disney del mundo después de ser descongelado.
En principio, sirviéndole como una especie de guía turístico, pude ver el país a través de sus ojos para darme cuenta de otras cosas. Lo primero, es lo colapsados que están los servicios –públicos y privados- por la poca oferta. Ejemplo de ello fue que ella vio que en la población de Santa Inés de Anzoátegui (estado petrolero, ojo), venden la gasolina en bidones y con manguera porque no hay una bomba.
Así mismo, consecuencia de lo anterior, me sorprendió lo excesivamente caro que está todo aquí en comparación con otras ciudades del planeta (en dólar oficial o del otro). Sin embargo, viendo con ella los centros comerciales, los restaurantes y los locales nocturnos, me convencí de que lo de socialismo, parece más bien un chiste. Aquí lo que hay es un capitalismo más vivo que nunca envuelto en un gran desorden.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue escuchar las impresiones de ella. Confieso que lo hice con mucha apertura y sin criticar sus apreciaciones. Sólo escuché y me dejé sorprender, pues son cosas que viviendo aquí, quizás nos cuesta observar.
La primera impresión de su llegada, fue lo bonito que está el aeropuerto de Maiquetía. Me dijo que le dio mucha sorpresa encontrarse con eso y con la amabilidad de nuestros funcionarios de inmigración.
Otra cosa que me sorprendió de su visión fue la de notar que Caracas está más limpia. Tampoco le di un tour por zonas donde ha habido problemas de recolección de basura, pero esta opinión la he recogido de diversos familiares que han vuelto después de estar mucho tiempo afuera. A esto, sumo la impresión que le dio el prepago de los tickets de estacionamiento en los centros comerciales para evitar la emisión de monóxido en las colas de los sótanos.
En cuanto a comida, no le dejó de sorprender el buen sabor del pollo en brasa de aquí, comparado con lo excesivamente condimentado que es el pollo allá. Lo otro que no pudo dejar de comparar fue lo sabroso que es comerse un pescado frito en nuestras playas. Lo que pasa es que allá, servir un pescado con su cabeza es un acto de insalubridad que podría iniciar un proceso de demandas judiciales. Relacionado con este tema, me sorprendió que resaltara lo cálida que es la atención de nuestros mesoneros… algo que siempre tendemos a criticar. Sin embargo, creo que hay que diferenciar entre buena o mala atención y calidez de trato. Son dos cosas distintas.
Además de disfrutar su visita, lo positivo de ver al país a través de sus ojos, fue que pude apreciar una parte bonita de Venezuela que a veces no logramos ver. Sé que quizás resulte ingenuo lo aquí planteado, pero por raro que parezca, en Venezuela también hay noticias positivas que nos reconcilian con ella. Aunque no por mucho tiempo, pues volví a la rutina porque me llegó otra mala noticia: el avión de mi mamá, ya despegó.
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