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Por Nelson “Lonpleipelúo” Ramírez
   Hoy presentaremos un relato o quizá fábula, porque sus protagonistas principales son animales. Nos referimos a “Rebelión en la Granja”, celebrada obra de H.G. Wells, claro tropicalizada, porque Wells cuando la escribió tenía en mente la tiranía stalinista y nosotros cuando nos sentamos frente al PC, no podemos dejar de pensar en gente más aledaña.
La cosa comenzó cuando los animales, cansados del régimen de maltrato y explotación que imperaba en la granja, decidieron alzarse. Nada de extraordinario, dicho sea de paso. Cuadrúpedos o humanos, humanos o cuadrúpedos, no tienen por qué someterse a ningún gobernante, inepto, tarambana, ladrón y malversador, en particular si todo lo malhabido se lo restriega a los demás con coches “Audi”, aviones “Airbus”, relojes “Cartier”, ternos “Brioni” y calzoncillos “Dolce & Gabana”.
Así, que un buen día se produjo un estallido social –o animal- con la subsecuente expulsión de los hombres y mujeres dueños del establecimiento
Los lectores, incluso, aquellos que no hayan ojeado el mencionado librito de Orwell, lo habrán adivinado. Los que se posesionaron del coroto fueron los cochinos. Paradoja que parece repetirse en las tragedias más oscuras de la historia. Porque nada peor que cuando los integrantes de la escala más baja de la fauna se apropia del sueño de los irredentos.
Al principio, la cosa parecía que marcharía bien. Un cochino congo, amigo del bla-bla-bla, que había figurado entre los amotinados, se hizo cargo de las responsabilidades  que antes, habían ocupado los seres humanos.
Pronto se le comenzaron a ver las costuras a ese movimiento, presuntamente revolucionario pero que no concluyó, sino en una animalada más.
El cochino congo, como es de suponer, se rodeó de las bestias más bestias: representantes de sus congéneres, es decir, los marranos más marranos; pargos, patos y si de material femenino se trata, las integrantes del mundo canino de consabida reputación; aves de rapiña; batracios, ranas pero sobre todo sapos –en específico, uno, que se dedicó a elaborar listas negras-, cucarachas y toda clase de insectos rastreros; raspicuices y mapurites famosos por su pestilencia hasta llegar a la madre de la degeneración. Nos referimos al encumbramiento de cierta rata, anciana, retorcida y malamañosa, con insaciable fruición por el queso (burocrático) para lo que no pelaba boche, como se decía en el lenguaje animal.
Total, que el proceso degenerativo de aquello que había comenzado como una esperanza, se desarrolló con velocidad de película muda. Peor de lo que se quería eliminar. Represión contra las criaturillas que osaban quejarse; elecciones fraudulentas; tierra arrasada contra ríos, arroyos y toda clase de recursos naturales; rebatiña de lo que se tomó como botín entre compinches nacionales e internacionales, para llegar a la madre de degeneración del Cochino Congo, a quien según las puntadas en la parte más posterior de su animalidad, le daba por echárselas de líder mundial y hasta de galán. Es muy citada la frase de Owell: Todos los animales son iguales, solo que hay algunos que somos más iguales que otros.
http://enopinion.tripod.com

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