Por Manuel Malaver
No debe olvidarse que antes de la rendición de Santa Marta, Chávez venía de rendiciones sucesivas frente al Grupo Polar, la Iglesia Católica y Globovisión.
De modo que, la que también podría llamarse “capitulación de Santa Marta” no vino a ser sino la fundición del motor después de un frenazo que, de no producirse, es posible que ya tuviera al país al borde de la guerra civil, y ¿por qué no? de una guerra internacional.
Y difuminado todo en las sombras, salpicado por la música fúnebre del peor crimen de lesa dignidad nacional que me ha tocado vivir y sufrir: la profanación de los restos de El Libertador, Simón Bolívar, para ser exorcizados, dicen algunos que por paramédicos, y otros que por babalaos cubanos.
Lo cual le confirió, también, a aquellos días, una carga de aquelarre, de misa negra, que llevó al dirigente político, Pablo Medina, a comparar al chavismo, -en el programa “Alo ciudadano”, en Globovisión-, “con una secta satánica”
Hago memoria por lo difícil que resulta conservarla en instantes como los evocados (meses de mayo, junio y julio), y porque, si no acudo al desolvido, es posible que no se comprendan del todo las ideas que trato de pergeñar de seguidas, pero eran los días de las cadenas de radio y televisión diarias, de hasta cerca de 8 horas, y en las cuales, el mismo Chávez “reporteaba” que camiones de Polar habían sido detenidos en San Cristóbal, Valencia y Porlamar, se inspeccionaban galpones y depósitos, se ordenaba o ratificaba la expropiación de los terrenos de la empresa en Barquisimeto, y se insultaba y conminaba a su principal accionista y presidente, Lorenzo Mendoza, como si fuera uno de “los más buscados” de la justicia venezolana o cualquier país.
Y así hasta que surgió un nuevo “objetivo” en la agenda mediática presidencial, como fue la intervención del Banco Federal, la imputación e incautación de las propiedades de su presidente, Nelson Mezherane, y el anuncio de que “ahora sí” el gobierno tomaría Globovisión, porque pasaba a ser su segundo accionista, ya que era dueño de las acciones del banquero (un 25 por ciento) y le correspondía nombrar uno o dos directivos en su junta.
Andanada que, en efecto, generó toda suerte de temores, confusión e incertidumbre y pareció sería acompañada por turbas que celebrarían en las calles la conquista del siempre amenazado canal, cuando de nuevo el comandante “mandó a parar”, cambió la dirección del ataque, y lo enfiló, nada más y nada menos, que contra la Iglesia Católica.
Como siempre, crucifixión retórica del cardenal, Jorge Urosa Sabino, anuncios de pedir su sustitución al Papa, de denunciar y romper el concordato con la Iglesia, y al final, silencio conventual, luego de una visita del cardenal a la Asamblea Nacional que, al parecer, normalizó la relación tirante iglesia-gobierno.
Y por tal silencio sonó que Chávez transitaría por semanas al menos, cuando, como rayo en cielo sereno, estallaron las denuncias del gobierno de Álvaro Uribe sobre la protección que le brindaba el teniente coronel a guerrilleros de las FARC en territorio venezolano, con el consiguiente escándalo binacional e internacional, y a raíz de las cuales sucedieron dos hechos sorprendentes:1) La reacción de Chávez fue más bien prudente, cuidadosa, pues apenas se limitó a “castigar” a Colombia con una situación que existía de hecho: la ruptura total de las relaciones; y 2) El comandante-presidente descubrió en el vivac del conflicto, que el presidente entrante, Juan Manuel Santos, podía ser su aliado y amigo, y así se lanzó a manifestarlo, hasta que, en efecto, se dio la “rendición de Santa Marta” que acabamos de presenciar.
La gran pregunta es: ¿Qué empujó a Chávez a rendirse ante enemigos de los cuales dijo en un momento eran sus adversarios estratégicos, históricos y definitivos, y por qué, confrontado por Uribe, corrió a refugiarse en los brazos de su archienemigo, Juan Manuel Santos, para emerger después de Santa Marta, transfigurado en campeón de la paz entre Colombia y Venezuela y en un líder a tomar en cuenta si se quiere que la misma se extienda por la región y todo el continente?
La respuesta, por supuesto, puede venir desde muchas perspectivas, y las hay, desde una que dice que se trató de una llamada de Cuba, del mismísimo Fidel Castro, regañándolo y conminándolo a que retrocediera porque estaba poniendo en riesgo no solo su gobierno, sino el de los hermanos Castro; hasta otra que establece que Chávez y el chavismo pasan por tal aislamiento internacional que decidió frenar “por ahora” y esperar por tiempos mejores para contraatacar y reembestir.
Y en realidad, creo que es difícil no estar de acuerdo con una y otra hipótesis, con una y otra respuesta, si bien pensamos que debe complementada con una tercera, la cual no es otra que el derrumbe catastrófico del liderazgo del “comandante-presidente” en Venezuela y América latina, y de la conversión del movimiento político que lideró y aun lidera, en una suerte de cascarón vacío que se debe rechazar, castigar y solo permitir permanezca en el poder hasta el día, mes y año que la constitución venezolana indique.
Eso, por lo menos, es lo que reflejan las encuestas que se realizan desde comienzos de año para tomarle el pulso a las elecciones del 26 de septiembre próximo y que, comenzaron reflejando una caída persistente, aunque moderada del chavismo, hasta concluir en el último mes en lo que ya es una irremisible bancarrota.
No nos atrevemos a citar cifras porque son muy dispares, pero basta con decir que las mismas pendulan en un universo de entre 10 y 17 por ciento de rechazo que obliga concluir que el chavismo sufre de pérdidas, no solo irrecuperables, sino terminales.
Cifras que para un movimiento político que desde el 2003 no conocía la sensación de caída, y más bien fantaseaba con que su ascenso no conocía límites, no puede haber producido sino un efecto de shock, que es lo que puede haber producido el retroceso de las rendiciones de los meses de mayo, junio y julio y por último, el de hace una semana en Santa Marta.
Un Chávez en desintegración, quizá hasta pensando en proponerle un modus vivendi a la oposición después del 26-S y sugiriéndole a algunos de los intelectuales de palacio, quien sabe si a Brito García, Ramonet, o Monedero, que le redacte una proclama que recuerde, pero no imite, a aquella ultima del Padre de la Patria, redactada y publicada antes de su deceso en Santa Marta:
“Si mi renuncia contribuye a que cesen las amenazas de expropiación contra los fundos y propiedades de mi familia y no es ocasión para que se me hagan juicios por violaciones de los derechos humanos, crímenes contra la humanidad, y ofensas de lesa dignidad nacional…yo me iré tranquilo a La Habana”.
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