Por Eduardo Kragelund
29 Ene (Télam).- Lejos de hacer un balance sobre lo actuado, Barack Obama usó el tradicional discurso sobre el “Estado de la Unión” como la bandera de largada de su campaña reelectoral y obtuvo un respaldo apabullante: entre el 84% (CNN) y el 91% (CBS).
Visto desde el exterior, sus palabras sonaron a una colección de lugares comunes. Pero desde el interior, su evocación de la lucha para ganar la carrera espacial a la ex Unión Soviética y su convocatoria a reconquistar el liderazgo mundial pegó en lo más profundo del espíritu estadounidense, el del pionero de las películas de cowbowys que crece en la desgracia para construir un futuro mejor.
Este cimiento supera todas las crisis coyunturales, incluso las de gran magnitud como la actual en Egipto.
"Medio siglo atrás, cuando los soviéticos nos ganaron en el espacio con el lanzamiento de un satélite llamado Sputnik, no teníamos idea de cómo los derrotaríamos en la Luna. La ciencia no estaba allí todavía. La NASA todavía no existía", recordó Obama.
"Pero después de invertir en investigación y educación, no sólo superamos a los soviéticos, sino que desatamos una ola de innovaciones que crearon nuevas industrias y millones de nuevos trabajos", subrayó.
A caballo de estos aires patrióticos, tan parecidos a los insuflados por Ronald Reagan tras la derrota de Vietnam, el mandatario se presentó ante el Congreso como el estadista que recoge las expectativas más sentidas de su pueblo y las proyecta hacia el futuro colocándose por encima de las mezquindades partidarias.
Por ello, más que rendir cuentas, característica de estos informes anuales sobre el "Estado de la Unión", Obama planteó que invertirá sus dos últimos años de mandato en buscar soluciones bipartidistas a los principales problemas: el crecimiento de la economía, la generación de empleos y la reconstrucción de su hegemonía internacional.
Pese a haber perdido las recientes elecciones legislativas, que dejaron a los demócratas en minoría en el Congreso y con una mayoría muy débil en el Senado, Obama llega con un creciente apoyo popular al inicio de la campaña por retener la Casa Blanca después del 2012.
La actitud serena ante la derrota electoral, la incipiente recuperación económica y la imagen conciliadora que sostuvo tras el atentado de Tucson, en el que murieron seis personas y quedó gravemente herida una congresista demócrata, dieron al mandatario la posibilidad de tomar la iniciativa.
Apelando siempre a la necesidad de que demócratas y republicanos trabajen juntos para sacar al país de la mayor crisis desde la década del 30, Obama planteó, para beneplácito de sus adversarios, que la generación de empleo y el saneamiento de las cuentas públicas van de la mano.
A diferencia de lo sostenido en sus primeros dos años de mandato, el presidente hizo suyos conceptos de la oposición.
Así habló de hacer recortes presupuestarios y reformas impositivas. Incluso admitió la posibilidad de hacer "mejoras" a la ley del sistema de salud, la perla de la administración demócrata.
Si a ello se suman los signos de recuperación -las grandes empresas están comenzando a ganar dinero y la bolsa de valores alcanzó los niveles previos (12.000 puntos) a la crisis de 2008-, de a poco se iría recuperando la confianza y con ello la creación de puestos de trabajo, el verdadero talón de Aquiles del proyecto reelectoral.
Obama sabe que sólo podrá vencer en las urnas si logra reducir la tasa de desempleo, que del 10% oficial salta a un 15% si se tiene en cuenta a los que no reciben subsidios.
En otras palabras, estamos hablando de unos 25 millones de personas sin trabajo o subempleados, lo que tiene a uno de cada siete estadounidenses (44 millones) viviendo por debajo de la línea de pobreza.
Sin embargo, no todas fueron concesiones a las ansiosas tijeras republicanas, que quieren recortar todo menos los beneficios para las grandes empresas y el presupuesto de Defensa.
Obama también habló de inversiones.
Pero su gran éxito, el que le dio los altísimos niveles de aprobación popular, fue haberlas encarnado en una convocatoria a los estadounidenses a librar una nueva batalla para competir en un mundo diferente.
"La inversión en innovación, educación e infraestructura convertirá a Estados Unidos en un lugar mejor para hacer negocios y para crear empleos", afirmó. "Así es como ganaremos el futuro "No se puede aligerar un avión quitándole los motores", agregó.
Desde esta óptica, en la que los ideales se subordinan a la lucha por la Casa Blanca, Obama abordó algunos temas espinosos y otros los relegó para una mejor ocasión.
Entre los primeros está la cuestión migratoria. Por un lado buscó involucrar a todo el espectro político al señalar que estaba "listo para trabajar con republicanos y demócratas para proteger nuestras fronteras, hacer cumplir nuestras leyes y tratar con los millones de trabajadores indocumentados que ahora viven en la clandestinidad".
Pero a la vez no perdió de vista los millones de votos de la comunidad hispana, integrada por más de 40 millones de latinoamericanos, al subrayar que Estados Unidos debía dejar "de expulsar a jóvenes responsables y de talento que pueden trabajar en laboratorios de investigación, empezar nuevas empresas y contribuir al enriquecimiento de esta nación".
Muy distinta fue su actitud frente a la posesión y comercio de armas, un tema que volvió al candelero desde el atentado de Tucson. Lisa y llanamente ni lo mencionó, a sabiendas de que la mayoría de sus compatriotas defienden a capa y espada el derecho constitucional a portar armas, de la misma manera que soslayó su cada vez más enredada política exterior, con Afganistán y el campo de concentración de Guantánamo a la cabeza.
La estrategia del presidente, en suma, es abrir el juego a los republicanos como forma de responsabilizarlos, al menos en parte, de la gestión gubernamental y cumplir con el mandato que se desprende de las encuestas.
Los estadounidenses están convencidos de que sólo un conductor que se coloque por encima de los enfrentamientos entre tirios y troyanos podrá superar la parálisis y sacar al país adelante.
Y eso es lo que Obama repitió hasta el cansancio en su discurso: “los desafíos que enfrentamos son más importantes que un partido y más importantes que la política. Avanzaremos juntos o nos estancaremos”.
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