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Por Karen Marón, enviada especial
Cerca de la medianoche de ayer, un selecto y mínimo grupo de periodistas y medios -entre ellos Télam, única agencia latinoamericana presente- fuimos trasladados hasta un lugar incierto y puestos frente a dos prisioneros de guerra, uno libio y otro sirio, a los que los rebeldes presentaron como sendos trofeos.
Pese a que se dijo que el secreto del lugar buscaba salvaguardar la integridad de los prisioneros y el respeto de sus derechos frente a la efervescencia popular, al exhibirlos ante la prensa internacional -incluida Télam- se olvidó su presunción de inocencia y se puso, así, en peligro sus vidas y la de sus familiares.
Según el artículo 13 de la III Convención de Ginebra (1949), los prisioneros de guerra deben ser protegidos en todo tiempo, especialmente contra todo acto de violencia o de intimidación, contra los insultos y la curiosidad pública.
Las autoridades rebeldes aseguran que con los prisioneros de guerra se sigue de forma estricta el procedimiento legal, de acuerdo con los estándares internacionales.
Isaam Gheriani, el portavoz del Consejo Nacional Transitorio, aseguró que los detenidos serán investigados y juzgados, pero el problema es que la justicia es prácticamente inexistente.
Gheriani admitió, sin embargo, que las nuevas autoridades no tienen experiencia y por eso han cometido errores en el tratamiento de estos prisioneros.
En el aposento donde se llevó a cabo la reunión había una cama simple, con acolchado de flores azules y una ventana pequeña.
En las paredes, la bandera tricolor del Rey Idris y el rostro de Omar Al Mukhtar, el héroe nacional que organizó y lideró la resistencia de los nativos contra el control italiano de Libia y que, finalmente, fue ejecutado por el ocupante fascista en 1931.
Una joven rebelde vestida al estilo musulmán conservador, con hijab –pañuelo que cubre su cabeza- y una abaya -una robe negra que cubre íntegramente el cuerpo-, preparó el escritorio donde declararían los prisioneros.
Se trata de Mohamad Aladin Haneesh, de 65 años, y Mohammed Nasser Ghanam, de 29.
Haneesh nació en Tatora, al este de Trípoli, y ostenta el grado de teniente coronel del Ejército libio con especialidad en Ingeniería Militar.
El militar libio fue capturado cuando se inició la batalla por Bengazi y perdió la comunicación con su mando.
Ghanam, por su parte, es oriundo de Damasco, Siria, tiene el grado de teniente y es miembro de un comando de 70 militares sirios que operan militarmente en terreno libio y colaboran con las fuerzas leales al gobierno de Kaddafi.
“He sido visitado dos veces por la Cruz Roja”, empieza a responder Hanneesh en este improvisado encuentro clandestino.
Cuando le preguntan por qué se presenta ante la prensa, con gesto de incredulidad responde que “no ha sido mi voluntad estar aquí. Fueron los rebeldes que quisieron mostrar las condiciones de los prisioneros”.
Viste campera deportiva gris, lleva barba y cabello canoso y su expresión que oscila entre la derrota y algunas sonrisas forzadas.
Un vocero rebelde se sentó junto a Haneesh. Realizó un comentario en árabe que lo hizo sonreír y se distendió.
Prendió un cigarrillo, le habían servido una taza de café.
Sobre un tazón con la bandera rebelde, una integrante del Centro de Prensa de los sublevados instaló su micrófono.
Continuó: “Al principio, cuando vinimos a Bengazi, la moral de la tropa era alta, pero cuando empezó el combate cambió”.
Y prosiguió, algo más nervioso: “vinimos con la orden de luchar contra miembros de Al Qaeda y delincuentes. No se nos informó que eran rebeldes”, indicó mientras prendía otro cigarrillo.
“Yo no establecí combate con ningún extranjero. Todos me parecían libios”, concluyó.
Ghanam fue presentado en segundo lugar. Parecía asustado y sus ojos se movían de un lado a otro. Se lo notaba cabizbajo.
Vestía un impermeable.
Aseguró que nunca había estado fuera de Siria y que cuando aceptó la misión le habían dicho que lo iban a trasladar a algún lugar en Italia.
“Sin embargo aterrizamos en un aeropuerto en medio de las montañas. Ahí fui capturado” señaló, sin querer dar más detalles.
Estos prisioneros de guerra forman parte de un grupo, que los rebeldes aseguran tener, de más de 40 personas. Entre ellos se encontrarían 15 argelinos, un subsahariano, un serbio y un bieloruso.
Después de dos meses de conflicto en Libia, la situación de muchos prisioneros políticos y de guerra en ambos bandos es incierta, y sus derechos fundamentales están en riesgo.
Ya serían más de 400 los desaparecidos del este de Libia desde el comienzo de la rebelión, el 15 de febrero, según un recuento de la Media Luna Roja de esta ciudad y de la organización internacional Human Rights Watch.
También entre los prisioneros de guerra hay “shabab”, jóvenes rebeldes. Son combatientes y voluntarios, apresados cuando transportaban suministros en primera línea de batalla, aseguró la ONG Amnistía Internacional (AI).
Se cree que están en manos de las fuerzas de Kaddafi y que habrían sido llevados a la capital del país, Trípoli, y a otra ciudad en manos leales, Sirte, al noroeste y el norte del país.
Una de las situaciones más graves es que no hay canales de comunicación para negociar la puesta en libertad de estos presos -entre los que también hay personal médico y periodistas- ni se puede hacer un seguimiento de su situación o -simplemente- conocer su paradero. Por lo tanto, muchos de ellos son considerados oficialmente desaparecidos.
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