La verdad es que tiene guáramo esta guarita (me consta que es del estado Lara), que se le enfrenta a nuestro teniente coronel con mucho aplomo. Ya van dos veces que lo saca de sus casillas:
-Ya nosotros lo conocemos –dice esta colega mía-, y es por esto que nuestro teniente coronel no está en capacidad de soportar una entrevista de uno de nosotros los profesionales de la comunicación social, y entonces prefiere encerrarse con los corresponsales extranjeros; que tienen grandes limitaciones para el ejercicio reporteril, tanto desde el punto de vista cultural, como desde el punto de vista político; pero esta guarita se mete por los palos a cuenta de representante de una radio francesa y de un circuito radial colombiano: “Y aquí estoy yo, por si se habían olvidado de mí”, para importunar a Rizarrita; quien ya de por sí se había montado en cólera, a raíz de un comentario que mi colega se había permitido hacer en twitter, y que trascendió de inmediato a los portales electrónicos de noticias, relativo a la ropa que portaba Rizarrita en la ocasión, sobre todo, lo de su chaqueta Addidas; un verdadero híbrido: conciencia antiimperialista con modo de vida americano. ¿No es para llamar la atención de esa hipocresía? Tanto más tratándose de una persona que, al parecer, goza de muy buen humor.
¿Tenía razón o no Rizarrita de prohibir que se le permitiera preguntar a mi colega Andreína? Soberbio Rizarrita, lo que tiene de lacayo lo tiene de tal. Pero la guarita es pertinaz, y se le volvió a filtrar, quizás, en un momento en que Rizarrita ya no lo pudo impedir. Zapateaba Rizarrita de la arre… Yo me pregunto: ¿Es esto libertad de expresión, de lo cual ellos se jactan? Además, lo más elegante que le quedó fue cuando, una vez subido los humos a la cabeza de nuestro teniente coronel; momento en el que empieza por amedrentarlo a uno preguntándole por su nombre y el medio de comunicación que representa, se retiró unas gafas negras que tenía puestas, y se las colocó en su cabeza. Entonces Chávez había reparado en el hecho de que pertenecía al famoso medio francés, al que su gobierno está por responderle, acerca de un asuntillo en el que este medio vino a meter la cuchara sin ser parte ni juez en el asunto.
-Nosotros estamos esperando esa respuesta-, le replicó mi colega, que fue lo que más enardeció aún a nuestro teniente coronel. Ahora, a partir de ahí, uno, el profesional de la comunicación social se asombra ¡Cuánto hemos aprendido! Serenidad, algo que viene ya de los griegos, quienes poseían este agudo carácter al punto de divertirse con la tragedia. Mucha serenidad frente a este godo negro malcriado y altanero. Por supuesto, no tuvo compasión con la pobre, a medida que desarrollaba la pregunta:
-Termina, pues, Andreína de preguntar.
Una cuestión que se las traía todas, porque le venía a complicar la vida a nuestro teniente coronel, en los términos en los que lo emplazaba: ¿sigue usted empeñado en solidarizarse con un criminal, como Gadafi, a pesar de que se trata un atenuante que ya ha sido comprobado, ahora cuando su tiranía ha dado al traste? Pero, además la guarita les tenía una estocada final, y fue cuando sacó lo de la prohibición que había hecho Rizarrita de que se le permitiera formular preguntas. Así saltó nuestro teniente coronel, y enseguida trajo a Rizarrita al escenario, para terminar echando ambos la hombría por la borda. ¡Qué arrebato frente a mi colega! Ella entretanto se mantenía impertérrita, mientras de allá lo que le venía era de todo menos flores: gente peleada con eso que la civilización occidental conoce como la cultura del honor; que es lo que no aprendió nuestro teniente coronel en los cuarteles; aun cuando nació de allí dicha cultura, cuando surgió una nobleza de espada, y se forjó la figura del caballero: el caballero permite que la dama se le adelante en todo. Por un lado, nuestro teniente coronel proyectando en ella el estado que, en verdad, era él el que abrigaba:
-Tú estás muy alterada Andreina.
Mentira, el alterado allí era él, que confunde una pregunta con una increpación. En ese sentido, habría que recordarle a nuestro teniente coronel que en nuestro código profesional hay una cláusula que considera que no hay preguntas imprudentes; imprudentes, en última instancia, pudieran ser las respuestas. Por cierto, había algo bien cómico en ese escenario, y es que Rizarrita a esa altura había tenido que quitarse su lujosa chaqueta Addidas, para quedarse con una franela marrón, que le llegaba a sus rodillas, y con la que se había presentado para descargarse a mi colega, y deshonrado, al fin, había comenzado por levantar una infamia contra ella. Acusaba a mi colega de pretender burlarse de nuestro teniente coronel y del acto en sí, al poner cosas en su cuenta de twitter. ¿Se puede considerar viril un sujeto de esta calaña? Le dijo de todo a la pobre guarita; como decimos en criollo, se la tragó. Pero, peor nuestro teniente coronel, ¿cómo se le ocurre espetarle a una dama que respete, para que la respeten? Mi colega no está pagando para estar allí. Es aquí donde a la profesora Gloria Cuenca la realidad le da la razón: no es fácil el ejercicio del periodismo; pero no porque se requiere una inteligencia tan aguda como la de un matemático, en eso vamos a estar claros, sino porque implica un gran apostolado, en ese sentido. A la vuelta de la esquina, con la pauta uno en la mano, y despachado ya de la sala de redacción de un medio, lo más probable es que en el ejercicio se encuentre uno con un godo negro malcriado y altanero, como nuestro teniente coronel, y quien está para dificultarle a uno más las cosas, a propósito de su presunción y arrogancia. En efecto, el hambre tiene cara de necesidad, como bien lo reza el dicho.
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