Por Edgardo Agüero Sánchez

 

 “El uso de la palabra es travesura que me ha costado una contrariedad por vez”, consigna Macedonio Fernández en su Oratoria del Hombre Confuso. En mi caso, dicho uso incluye desde la pérdida de entrañables amistades hasta la enemistad de gente a la que ni siquiera tengo el gusto de conocer.

 

La presente crónica pretende ser un tardío homenaje a la memoria de Art Buchwald, uno de los grandes maestros del periodismo estadounidense. Confieso haber tomado (aunque incorporado suena mejor) en calidad de préstamo, el modelo narrativo que utilizó para plasmar sus Ejemplos Ejemplares. En todo caso esto último ya lo determinarán los especialistas que suelen ser por lo demás, gente muy especial. Hago esta aclaratoria para librarme de las acusaciones de plagio, contrahechura, apropiación indebida y otras por el estilo. Lo cual es una forma de curarme en salud. Otros lo interpretarán como una huída hacia adelante, cosa que tampoco pongo en duda. Como quiera que sea allí están. Una vez expuesto lo cual, vayamos al grano.

 

Toda época se caracteriza finalmente por los hechos que la distinguen, en eso radica la historia, que no es más que una acumulación sucesiva de acontecimientos que en el devenir de la gesta humana, el hombre (y por supuesto que la mujer también) ha considerado como los más relevantes o significativos.

 

Que en la ciudad de Caracas se produzca un acontecimiento extraordinario, no es cuestión de todos los días, y el que podamos reseñar la actualidad histórica, no deja de ser para nosotros una feliz ocasión. La siguiente no es más que una escueta relación de algunos de estos sucesos curiosos en algunos casos, insólitos y sorprendentes en otros, y que debido a las circunstancias en que ocurrieron hemos dado en considerar como particularmente significativos.

 

En los anales que recogen los acontecimientos asombrosos y extraordinarios figura uno que linda en los terrenos de lo sobrenatural, y no es otro que el ocurrido a la señora Riccia Reinefeld, socióloga y empleada de la Administración pública, quien en enero del presente año, habiendo cobrado su sueldo el día quince, inexplicablemente para el día dieciocho del mismo mes, aún disponía de suficiente dinero para sus gastos.

 

Muy sonado fue el caso que en diciembre del año 1997, cuando la pareja compuesta por el señor Alfredo Fuentes y su señora, Irma Campos, decidió celebrar un aniversario más de feliz unión, para lo cual eligieron un prestigioso restaurante del este de la ciudad. Reseña la crónica que el condumio fue generoso en la ingesta del burbujeante champán. Pero lo más sorprendente de todo, es que considerando los precios groseramente escandalosos, al final ambos pudieron marcharse tranquilamente del local, sin tener que dejar las joyas empeñadas como garantía de pago o quedarse lavando los platos.

 

Así mismo, en medios periodísticos recibió gran despliegue el caso de un diputado integrante de la bancada socialista en la Asamblea Nacional, quien donó íntegramente su sueldo para obras de caridad y más tarde fue visto hablando solo, mientras caminaba despreocupadamente por el canal de ochenta  de una importante arteria vial que atraviesa la ciudad.

 

Quisiera relatar brevemente una experiencia de la que puedo dar fe puesto que forme parte de ella. Un conocido dicho popular dice que quien presta un libro es un tonto, pero quien lo devuelve es un idiota. Ustedes seguramente convendrán conmigo en que el simple hecho de devolver un libro en nuestros días constituye una acción que por su rareza rayana en lo insólito. El hecho es que el joven escritor y periodista Alejandro Sebastiani me solicitó en calidad de préstamo una antología de  Fernando Pessoa, a lo cual accedí de buena gana. Lo sorprendente en este caso fue que Sebastiani, dando fiel cumplimiento a su palabra, permaneció con el citado volumen el tiempo estipulado, es decir ni un día más, lo que sin lugar a dudas –y mis queridos lectores convendrán en ello- lo hace merecedor del reconocimiento unánime de la comunidad, motivo por el cual me he dirigido -escrito mediante- al Cabildo de la ciudad de Caracas, recomendando a sus autoridades el otorgamiento de la Orden del Buen Ciudadano en retribución a tan noble gesto.

 

Está demostrado que las acciones más notables, no se manifiestan sólo tiempo de guerra. En realidad suele ser más difícil mostrarse corajudo en tiempos relativamente pacíficos, tal los que corren; pero como bien señala el aludido Buchtwald “los héroes de la paz no reciben nunca el reconocimiento que merecen”. Con la intención de honrar a aquellos quienes se han hecho merecedores de tal reconocimiento, reseñamos a continuación tres de las más notables acciones ocurridas en los últimos tiempos; las mismas que destacamos  por considerarlas altamente edificantes en un mundo en franca decadencia, carente cada día más de auténticos valores y virtudes.

 

En primer término nos referiremos a un hecho muy comentado en los predios literarios de la capital por el grado de consternación que produjo entre quienes pueden dar testimonio del mismo. Ocurrió que en la oportunidad de celebrarse un encuentro de escritores y poetas, fue planteada la propuesta de festejar la ocasión con una buena comida y la respectiva bebida. Lo asombroso ocurrió al finalizar la opípara celebración. Resulta que el  poeta Enrique Hernández de Jesús, exigió pagar la cuenta, no conforme con esto, ante el asombro y la estupefacción de quienes le conocen, no sólo canceló la factura en cuestión, sino que además, obsequió al mesero una jugosa propina.

 

Finalmente reseñaremos la que tiene como protagonista al reconocido escritor venezolano Julián Márquez. Resulta que el señor Márquez, habiendo festejado ampliamente con sus amigos el 28 de octubre de 1998, lo que en términos coloquiales se conoce como una “noche de farra”, súbitamente optó por retirarse, algunos aseguran que inspirado en Rapsodia sobre una noche de viento de Elliot, texto pleno de imágenes que refuerzan un aislamiento del individuo rayano en cierta misantropía y del cual portaba consigo un ejemplar. Lo cierto es que el citado señor Márquez decidió caminar, es decir, acometer la temeraria insensatez de regresar a pie hasta su residencia situada al oeste de la ciudad, en altas horas de la madrugada, para lo cual debió desandar la céntrica avenida Urdaneta. Considerando el altísimo grado de peligrosidad que ello representa y contrariamente a lo que pueda suponerse, Márquez llevó su cometido a feliz término, es decir, sin sufrir menoscabo alguno de su integridad ni ser atracado en el trayecto.

 

Pero entre las hazañas verdaderamente memorables, sobresale una en la que se vio involucrada la persona de la señorita Amarú Alvarado, joven de carácter apacible y a quien por error de su banco, le fue depositada en su cuenta de ahorros la cantidad de cinco millones de bolívares. Al día siguiente, la señorita Amarú, visiblemente indignada se dirigió a la gerencia del banco exigiendo enérgicamente le fueran rectificados a la brevedad sus estados de cuenta y corregido de inmediato tamaño exabrupto.