Por Lucas González Monte
MERCOSUR Noticias.- El 25 de Julio de 1968, el Papa Pablo VI (Giovanni Battista Enrico Antonio María Montini) dio a conocer su controversial encíclica “Humanae Vitae, sobre la regulación de la natalidad”. El documento es recordado porque aun hoy influye en los destinos de la doctrina de la Iglesia Católica sobre el tema.
La incidencia de la “encíclica de la píldora” no es sorprendente, dado que la década de 1960 es fundamental a la hora de entender a la Iglesia contemporánea. Alguien puede argumentar que ese lapso histórico es decisivo para comprender el ulterior desarrollo de la humanidad toda, y no falta razón en esta idea. Ese decenio incluyó revoluciones y la más fría de las guerras, a los Beatles y a Vietnam, a Kennedy y al Che, al hombre en la luna y tantas otras cosas más.
El mundo católico no fue ajeno a ese clima de época, abriendo sus puertas y ventanas al mundo a aquella humanidad de la que tantas veces había desconfiado y que hasta había condenado.
Si los sucesos del pasado fueran imágenes que llegan hasta nosotros, las postales de aquella Iglesia sesentista vienen mezcladas con muchas otras del espacio secular. ¿Como separar esos mundos, cuando el sacerdote Camilo Torres murió en la selva colombiana participando de un movimiento guerrillero? La única respuesta posible, es que ese intento de división sería vano e imposible. Los caminos de Roma y de sus pontífices se habían unido a los caminos del mundo.
La radicalidad del mensaje emitido por el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962 – 1965) no solo generó que algunos sacerdotes se sumaran a los movimientos nacionales de liberación, sino que además se generó una corriente teológica que intentaba conciliar al marxismo con el cristianismo: la “teología de la Liberación”, cuya piedra fundante es el trabajo del cura peruano Gustavo Gutiérrez. Por aquellos días las palabras “Cristianismo y Revolución” podían ir unidas sin parecer antónimos.
También debemos hablar de quienes condujeron la barca de pedro durante ese decenio. Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) fue quien en 1959 convocó al concilio, y autor de la encíclica “Pacem In Terris” (publicada luego de la mediación papal en la “crisis de los misiles”). “El Papa bueno” murió en junio del 63 y el conclave designó a Pablo VI como 262 Sumo Pontífice Romano. Su papado se extendió hasta 1978, y tiene como hito máximo la encíclica “Populorum Progresio” que se considera como una de las más importantes del siglo XX y una de las de mayor impacto sobre la sociedad toda. Es el mismo Papa que celebró el inicio de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín y fue uno de los estandartes de “la opción preferencial por los pobres”.
Quizá por estas razones la Humanae Vitae haya sido tan decepcionante para buena parte de la grey católica. A la luz de aquella imagen de una iglesia comprometida con el mundo, el documento parecía ir a contrapelo de la tendencia procedente del concilio.
El monje benedictino Phillip Kaufman, cuenta en su libro “Why you can disagree and remain a faithful catholic”1 (traducido al castellano bajo el titulo “manual para católicos disconformes) el proceso de consultas previas que el vaticano realizó para la Humanae Vitae y como Pablo VI fue asesorado por la Comisión Pontificia para el Estudio de la Regulación de la Natalidad, que entregó sus conclusiones en 1966. El concejo estaba integrado por laicos casados, médicos, sociólogos y religiosos. Lo que se discutiría allí era si era valido el uso de anticonceptivos en el matrimonio, postura contraria a la tradición de la Iglesia sobre la moral sexual de sus fieles. “El testimonio de las cinco mujeres de la Comisión, fue impresionando a teólogos y obispos participantes, cuya mayoría era inicialmente renuente a un cambio. Allí se produjo en las personas un acercamiento favorable a la nueva visión, que proponía lisa y llanamente el uso de anticonceptivos sintéticos. Laicos de la Comisión que conducían programas de regulación natural de la natalidad apoyaron una innovación pues su experiencia los había hecho evolucionar. Pero una minoría de sacerdotes se opuso a favorecer un cambio. Lamentablemente, sin acuerdo unánime, la conclusión fue doble y encontrada: una de mayoría, innovadora, y otra de minoría, que conservaba las posturas históricas.”2
En la Encíclica Humanae Vitae, se privilegió la continuidad de la línea pastoral histórica de la Iglesia y bajo el subtitulo “Graves consecuencias de los métodos de regulación artificial de la natalidad”, se condenó de plano de plano cualquier método anticonceptivo no natural.
Desde aquel 1968 hasta este 2009, poco ha cambiado en la postura de la doctrina romana. A pesar de que muchos fieles viven un divorcio real entre lo que dicen las enseñanzas de la Iglesia y su vida diaria, pocas voces relevantes se han dejado escuchar en el Vaticano para pedir la revisión de estas normas. Al respecto, el cardenal Carlo María Martini (ex arzobispo de Milán entre 1979 y 2002, que fuera considerado papable en el Cónclave que eligió pontífice al cardenal Ratzinger) dijo: “la encíclica es en parte culpable de que muchos ya no tomen más en serio a la Iglesia como interlocutora o como maestra. Pero sobre todo a los jóvenes de nuestros países occidentales ya casi ni se les ocurre acudir a representantes de la Iglesia para consultarlos en cuestiones atinentes a la planificación familiar o la sexualidad (…). Muchas personas se han alejado de la Iglesia, y la Iglesia se ha alejado de los hombres. (…) La encíclica Humanae Vitae es obra de la pluma del papa Pablo VI. Yo lo he conocido bien y lo he tenido en gran estima. Este Papa escuchaba con atención, trataba respetuosamente a las personas. Con la encíclica quiso ser respetuoso con la vida humana. A sus amigos personales les explicó su inquietud mediante una comparación con el lenguaje. No se debe mentir, decía, y, sin embargo, a veces es imposible evitarlo. Tal vez hay que disimular la verdad o no podemos evitar una mentira para salir del paso. Los moralistas deben aclarar dónde comienza el pecado, en especial en los casos en que existe un deber de relevancia mayor, como lo es la transmisión de la vida."
"A mí me resulta doloroso que el papa Pablo VI haya quedado marcado de forma tan negativa en la opinión pública a causa de la encíclica de la píldora , como se la ha dado en llamar. Él asumió de su predecesor Juan XXIII la tarea del Concilio y lo prosiguió con gran prudencia. A su equilibrio se debe la apertura de la Iglesia, para la cual él pudo conquistar a una gran mayoría. Tampoco quiero dejar de mencionar su gran interés por la Biblia. La encíclica ha destacado correctamente muchos aspectos humanos de la sexualidad. Pero hoy en día tenemos un horizonte más vasto para plantearnos las preguntas sobre la sexualidad. También hay que tener mucho más en cuenta las necesidades de los confesores y de la gente joven. No debemos dejar solos a esos seres humanos. Ellos tienen derecho a recibir lineamientos o palabras esclarecedoras sobre los temas de la corporalidad, del matrimonio y de la familia. Buscamos un camino para hablar con solidez acerca del matrimonio, del control de la natalidad, de la fecundación artificial y de la anticoncepción", subrayo Martini, preclaro exponente del espectro porgresista del Vaticano.
A más de cuarenta años de aquel día, Benedicto XVI (Josep Ratzinger) prefiere mantenerse en la línea de la tradición eclesial. En su último viaje a África generó fuertes polémicas al insistir con la prohibición del preservativo.
Como alguna vez dijo el Cardenal Martini, han pasado cuatro décadas, el mismo tiempo que pasó el pueblo de Israel en el desierto y esa distancia debería permitirle a la iglesia una nueva perspectiva.
Notas:
1 Kaufman F. "Manual para católicos disconformes", Editorial Marea. 2004 - Buenos Aires.
2 Resumen extraído del portal "servicioskoinonia.org"