Hay sectores de oposición que se miran en el espejo y exclaman: ¡Qué buena cara! ¡Qué buen cuerpo! Todo es perfecto. Por lo tanto no hay que pensar en cambios, enderezar entuertos ni hacer rectificaciones. La ineficiencia de la gestión gubernamental sería suficiente para validar a la oposición como una alternativa de poder. Sin embargo, los hechos demuestran que, para alcanzar una mayoría electoral, la oposición sí debe redimensionarse, repensar su accionar y el modelo de sociedad que propone.
Ya se ha comenzado a discutir qué haría la oposición en caso tal de que obtenga mayoría en la nueva Asamblea Nacional. Se habla, aquí y allá, de “transición”. Los números de las encuestas estimulan las glándulas salivales. Hay quienes discuten si se debe proceder de inmediato, en septiembre, a destituir al presidente o si se debe esperar 2012. Otros, creyéndose dioses del Olimpo, discuten qué castigos se aplicarán a los chavistas, o si debe haber perdón o no. De acuerdo con esto, juicios y encarcelamientos son parte del programa del futuro que nos espera. ¿Con estas propuestas se atraen votos chavistas?
Se trata, por supuesto, de un sentimiento primario, reptil, pero que es asumido por intelectuales y medios de comunicación. Y estos sentimientos tenderán a imponerse si la oposición no reformula su visión sobre lo que ha venido ocurriendo en el país y si continúa considerando al chavismo como un simple “ejército de invasión” extraño a nuestro cuerpo social, una “anomalía” transitoria, un “accidente histórico”, una “banda de asaltantes”.
Al asumir un posible triunfo electoral parlamentario como un momento de “ruptura” que da paso a una “transición”, y no como una alternancia republicana dentro de un mismo sistema, se construyen las bases ideológicas de legitimación de una revancha política y social, que en muchos planos puede adquirir los rasgos de la venganza.
Esa perspectiva es percibida por vastos sectores populares como una amenaza vital. Y como en las películas de ciencia ficción, ese “volver del futuro” tiene su impacto en los acontecimientos del presente. Los titulares del futuro vienen como premoniciones e influyen en el comportamiento electoral del presente, modifican intenciones de voto y pueden hacer saltar las potencialidades de la oposición que anuncian las encuestas.
El sentimiento salvaje de la revancha sólo puede ser controlado si se cumplen dos premisas: construcción de partidos políticos populares y democráticos y elaboración de un programa de gobierno dentro de los parámetros del modelo actual, que se plantee la superación de sus ineficiencias, excesos y arbitrariedades. El planteamiento de una ruptura absoluta y de una transición alberga una carga de amenazas implícitas que puede pasmar el crecimiento electoral de la oposición. El olor a revancha es dañino para la oposición y para el país. Hay que mantener a raya los factores que lo producen.
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