Por Rafael Iribarren
En su novela o relato novelado “El pasajero de Truman” del venezolano Francisco Zuniaga muestra las circunstancias en que se dio la quiebra mental del doctor Diógenes Escalante ya candidato presidencial convenido para suceder al presidente Isaías Medina; según, promoviendo especulaciones sobre lo que hubiera sucedido, o lo que no; y sobre cuán otra habría sido nuestra historia desde entonces, si mas bien Escalante sí hubiera sido Presidente de Venezuela en 1945.
Aparte la vinculación que el autor parece querer inducir con algún momento posterior, quizás con el actual; uno se hace preguntas; una, ¿por qué la salud o la insana mental, en ese momento, de Escalante, igual como la de cualquier otro, iba a afectar, tanto como parece insinuarse, la vida nacional?
Otra, ¿por qué y cómo el diplomático gomecista llegó a convencerse de que era el llamado a salvar el país del desastre? Y, aparte el manejo táctico de su candidatura por Rómulo Betancourt en su negociación con Medina, una tercera pregunta; ¿por qué suponer que él hubiera facilitado una transición mejor que como éste lo hizo presidiendo la Junta Revolucionaria de Gobierno, en la que la mayoría eran militares pero no andinos; mientras el rasgo pertinente de perfil en la coyuntura era el ser andino pero civil?
EL ENFATUAMIENTO DEL PODER
En ninguna parte del buen relato de la conversación que es su novela y salvo a su elegancia y escrupulosos modales, Zuniaga hace mención a las capacidades como estadista o al menos como gobernante, ni como intelectual, que tendría o se supondría tenía Escalante; aparte las referencias a su amistad e intercambios con Caraciolo Parra, y con Harry Truman desde cuando éste era un oscuro político regional.
Según, y entonces, tanto su larga carrera diplomática como las expectativas de que llegara a ser presidente sin nada que ver con sus capacidades concretas, fueron relancinamente el resultado aberrante del poder autoritario que durante esos primeros cuarenta y cinco años del siglo veinte se ejerció en Venezuela y al que sirvió lealmente; y que luego aunque con variantes continuó otro largo medio siglo y aún hoy sigue ejerciéndose.
Él, todavía veinteañero, entra a los círculos del poder porque era hijo de un compadre de Cipriano Castro; se mantiene en sucesivos cargos diplomáticos en el exterior durante cuarenta años sirviéndole fiel, anuentemente, al cruel y oscuro autoritarismo de Gómez; y luego a López Contreras y Medina, tan bien que llega a ser embajador en Washington habiéndolo sido antes en Londres. Además, en esos decenios, como se refiere en la obra aunque sin precisión, vino al país y, según, concretamente a Caracas y Maracay unas pocas veces y por lapsos muy breves. No conocía el país; nada.
Lo sorprende a uno la idea de que un hombre que desconocía Venezuela; absolutamente; haya estado a punto de ser su presidente por las manipulaciones y circunstancias en el poder aunque fuera en función de una transición. Y naturalmente en perspectiva, cierto, se tiene la certeza de que de llegar a serlo no iba a estar en condiciones de cambiar casi nada, de posibilitar dicha transición; no iba a pasar de ser algo más que otro puesto por el andinato militar.
Pero, lo de fondo que trasciende la circunstancia y se enhebra en nuestra subjetividad profunda como sociedad, es que un hombre sin mayor capacidad ni vivencias ni hechos concretos de dimensión conocidos; que sólo, y por ello, sirvió larga y anuentemente al autoritarismo más oscuro que hemos conocido, sólo por la notoriedad que ello le reportó; y más allá de haberse hecho la expectativa a punto de concretarse, de ser Presidente de Venezuela; lo abismante es que llegara al infatuamiento mesiánico de considerarse el salvador el Mesías, el único en condiciones de salvar a la patria.
CHÁVEZ COMO ESCALANTE
Salvo porque Escalante casi fue Presidente; otros casi no lo fueron; es un caso, o, es él caso; aunque realmente no se trata, el infatuamiento mesiánico, de algo excepcional ni poco común en nuestra historia; ni tampoco en la actual. En general, nuestros jefes, y jefecitos, políticos y militares lo han sufrido y lo sufren; y en general igual sin base ninguna o casi, como lo sufrió Diógenes Escalante. La historia de Chávez, de su infatuamiento mesiánico, con variantes, es similar, realmente la misma, que la de “el pasajero de Truman”; él es “el pasajero de Fidel”; cómo en honor a la verdad y guardando las distancias concretas hay los y las “pasajeros” y “pasajeras” de Aznar de Bush, etécetera.
Chávez, igual que el tachirense, entra a las redes del poder por un pequeño resquicio; y durante decenios se mantiene circulando por sus pasillos e intersecciones, como aquel, sin demostrar especial capacidad ni competencia ni inteligencia; asciende como cualquier militar, que salvo excepciones extremas siempre asciende; cumpliendo ordenes y anuente colaborador solícito de sus superiores. En varios de sus testimonios manifestó sentirse, al igual que Escalante, llamado por la historia; y en alguno haber tenido admiración por el autoritarismo con que Carlos Andrés Pérez ejercía el poder.
Y al igual que como él se rebeló íntimamente contra sus mentores, López y Medina, prestándose como pieza de la conspiración de éste contra su antecesor; Chávez también conspiró contra los suyos, y con ellos, hasta el punto de que en el momento crítico le permitieron salvar el pellejo al facilitarle rendirse derrotando el golpe del 4F.
PASAJERO DE TRUMAN, PASAJERO DE FIDEL
Luego del hundimiento mental de Escalante, su viejo amigo Truman entonces, tan oscuro como antes, presidente de los Estados Unidos envió un avión de la Air Force a recogerlo en Maiquetía y llevarlo a ese país desde el que nunca regresó; de allí el nombre de la novela de Suniaga. Aunque el hundimiento de Chávez, o sus varios hundimientos no han sido mentales, sino emocionales y morales; igual al hundimiento de Escalante fue su entrega, aunque conciente y voluntaria, desecho emocionalmente, en Fuerte Tiuna el 11A del 2002; como habría sido igual su salida, que estuvo a punto, a La Habana el 12A mandado a buscar o listo a ser recibido por Fidel. De forma que, especulando, cabe imaginar que de no haberse desencadenado la crisis mental de Escalante pocos meses antes de ser designado presidente, hubiera asumido igual que Chávez asumió el 13A; o por el contrario, si a éste los militares le hubieran permitido viajar a Cuba como pasajero de Fidel, quizás allá estaría todavía.
Claro que no se trata ni de Escalante ni de Chávez; ni de su infautamiento de ambos llegar a sentirse “los llamados” los salvadores de la Patria; son los casos por las circunstancias en que se hicieron notorios. Se trata es del infatuamiento como un síndrome en nuestra política; hasta el último presidente electo de cualquier junta de condominio se siente impulsado hacia la misión de salvar la Patria a la que se siente llamado. Hay quién sostiene que ello tiene que ver con la manera como se estampa la historia en la subjetividad nacional; así la política nacional se reduce a un campeonato permanente de competencias entre liderazgos mesiánicos, carreras políticas, aspiraciones y proyectos personales.
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