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Por Norvis E. García

Eso de disparar primero y averiguar después no me cuadra. Y mucho menos si se trata de atacar despiadadamente a todo un gobierno sin exculpar a los más sensatos y honestos, a los que manejan los dineros públicos con escrúpulo y decoro, aunque es mayor la podredumbre que la decencia y la honradez.

En modo alguno pretendo tapar con un dedo el sol de los diez años del gobierno de Hugo Chávez, bastante cargado de improvisaciones, pifias y añagazas, pero simultáneamente aferrado a los que menos tienen con dádivas y ofrendas que parecen saldos de tiendas por departamento a mitad de precio. Ofertones ideologizantes para estudiar, vivir entre cuatro paredes, conseguir trabajo y recibir medicamentos invalidados de Barrio Adentro por su fecha de vencimiento. Peor es nada, dicen los que nada tienen y mueren de mengua por una u otra razón.

Ahí están contabilizados los 6 millones y medio de votos que arrastró el Sí en el referéndum del 15F, del cual todavía hay mucho que decir, antes de montarnos en una nueva elección para elegir a los más pequeños de la pirámide estatal, me refiero a concejales y miembros de juntas parroquiales. Es precisamente en este nivel de la administración pública donde observamos el problema en su justa dimensión.

Sin saber todavía si la descentralización será aniquilada por la nueva geometría del poder, que coloca en la cúspide de los gobiernos regionales y locales a verdaderos procónsules que reportan directamente al comandante-presidente, resulta atrevido reelegir ediles y ciudadanos parroquiales, que si a ver vamos no hacen sino estorbar hasta ahora el avance de la gestión municipal. Una figura burocrática que se agrega a la larga lista de funcionarios públicos a los que hay que engatusar para contratar obras, aprobar créditos adicionales y mejorar la captación de recursos para la hacienda municipal.

El revoltijo no acaba ahí. Son ahora los consejos comunales las herramientas más efectivas de que disponga el aparato oficial para lograr sus objetivos, como el recientemente concluido proceso comicial del 15F. No se requirió ser brujo para anticipar el triunfo a la reforma constitucional, apenas se midieron los resultados de las elecciones del 23N. Después de la impresionante votación en alcaldías, principalmente, se podía prever que la población volvería a apoyar la revolución y a su líder fundamental. Y fue así para la algarabia de esa mayoría chavista y desde luego la irritación de los que lo adversan.

Resulta cuesta arriba consentir alegremente que se vaya a producir un clima de paz absoluta como el que están exigiendo los opositores, sin que hayan reglas claras y precisión meriadiana entre lo que se dice y lo que se hace, de un lado y del otro.

La radicalización y polarización que están exhibiendo las dos corrientes del pensamiento político en pugna, enfrentadas en avalancha de papeletas con doble faz en las urnas, vuelven la escena peligrosa a tal punto que, faltando algo más de un año para las elecciones de la Asamblea Nacional, los dos grupos se precipitan a sacar sus cuentas para lo que será la composición legislativa.

Me atrevo a pensar que la pelea es pareja, siempre y cuando, primeramente, la oposición tenga un comportamiento de absoluta unidad y ofrezca al electorado un liderazgo de peso, a la altura de las exigencias del pueblo, y segundo que el sector oficialista, con Chávez a la cabeza, despliegue con fuerza una gestión de gobierno eficiente y contundente que garantice el mismo caudal de votos de febrero 15 y lo que es mejor, incremente la participación del contingente bolivariano en la venidera campaña electoral del 2010.