Por Absalón Méndez Cegarra
El sector salud en Venezuela, tanto público como privado, anda de mal en peor. Inútiles, al parecer, resultan los esfuerzos por mejorar la institucionalidad en salud. No hay duda que el gobierno nacional ha invertido grandes sumas de dinero para construir una red de servicios médicos que de respuesta a los requerimientos y demandas de buena parte de la población, sobre todo la de menores recursos económicos. Prueba fehaciente de ello es la construcción de cientos de ambulatorios en barrios y urbanizaciones, así como de Centros de Diagnóstico Integral (CDI) en diversos sitios y la conversión en clínicas populares de los tradicionales ambulatorios del IVSS; sin embargo, los resultado no son satisfactorios.
Una evaluación profunda, objetiva, alejada de las pasiones partidistas, de este esfuerzo misionero, podría dar señales muy importantes sobre los magros beneficios alcanzados hasta ahora. Algunas hipótesis servirían de puntos de partida, por ejemplo, el paralelismo institucional; la importación de profesionales de la salud; la agresión a las instituciones formadoras de profesionales de la salud; las pésimas condiciones para el ejercicio profesional en salud; la pérdida rápida de fe por parte de la población sobre una práctica de salud poco efectiva y, en algunos casos, primitiva y empírica; y, por último, el mensaje engañoso del gobierno que propicia por una parte la socialización de la atención médica y por la otra la privatiza con mecanismos diversos.
En Venezuela no existía razón alguna para que el gobierno desestimara el subsector público de la salud, construido durante décadas con un órgano rector a la cabeza que en momentos dio muestras de gran eficiencia como lo fue el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, hoy, Ministerio de Salud. En la actualidad este Ministerio no cuenta para nada, no ejerce ninguna rectoría en el sector, lo tiene completamente anulado la red paralela que se denomina “Barrio Adentro”.
Importar de manera masiva profesionales de la salud, provenientes de un país que, precisamente, no se caracteriza por adelantos marcados en el campo de la investigación médica y desarrollo de tecnologías de punta, sin negar, por supuesto, los avances en la atención primaria logrados, fue a todo evento un error político y técnico con un costo demasiado elevado. A este hecho se agrega, para guardar coherencia, el ataque agresivo a nuestros centros de formación y a los profesionales egresados de los mismos, con descalificaciones que van desde tratos discriminatorios hasta el sometimiento a relaciones de subordinación laboral de personas de dudosa calificación profesional.
La población venezolana tiene fe ciega en sus profesionales de la salud, ellos ejercen en el paciente un verdadero poder que los lleva a confiar plenamente en su ciencia; pero, el venezolano es esquivo cuando sospecha impericia y prácticas rutinarias. En un comienzo, la población se volcó a la red de ambulatorios. Las cifras hablan a favor del auge. Millones de consultas por año.
Algunos por novedad y otros por necesidad acudieron con entusiasmo a sus citas, más, al ver, que la medicina indicada era igual para todos los padecimientos y el origen de la misma era similar al del recetante, empezó la retirada. Resultado: decenas de ambulatorios cerrados o abiertos pero sin demanda de servicios. La gente emprendió la retirada y regresó a sus viejos y desasistidos hospitales.
En la actualidad estos hospitales, inexplicablemente olvidados por el gobierno, se encuentran sin recursos y sobresaturados de pacientes. Ante esta situación, el propio gobierno ha dado facilidades y propiciado la demanda de los servicios médicos privados mediante convenios y pólizas de seguro de baja cobertura para sus innumerables trabajadores, al mismo tiempo que ataca al subsector privado de la salud lo que impide que este subsector invierta y amplíe la oferta de servicios.
Por vía el subsector privado se encuentra colapsado, no hay diferencia alguna entre un hospital público y una clínica u hospital privado. En ambas instituciones hay que hacer cola. Permanecer horas y días hospitalizado en una silla o, en el mejor de los casos, en la emergencia o en una camilla en un pasillo a la vista de todo el mundo.
De prosperar el proyecto de reforma de la Ley de Empresas de Seguros, en los términos como lo reseñan los medios de comunicación, el desastre será, sin duda, mayor. Una macro empresa de seguro estatal carece de sentido si se carece de oferta de servicios pública o privada que de respuesta al aseguramiento. Lo urgente es desarrollar una política que supere el colapso actual de nuestras instituciones de salud.
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