Por Roldán Esteva-Grillet
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Si las plumas no tumban gobiernos, según dicen desdeñosamente los déspotas, ¿por qué entonces tienen tanto cuidado de reducirlas al silencio por medio del cohecho o de la persecución? Esto revela, o que las plumas, a pesar de su fragilidad, siempre han estado en posesión de un gran poder, o que los despotismos, a pesar de sus aparatos de fuerza, siempre han estado tocados de una gran fragilidad.
Pío Gil, Panfleto azul, 1912
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Ante el famoso dilema leninista del ¿qué hacer?, en Venezuela ya se han patentado dos resoluciones irrebatibles. ¿Qué hace la oposición para no sentirse desmoralizada, humillada, ridiculizada y tergiversada por los canales del Estado-Gobierno-PSUV? Pues, sencillamente, no los enciende, ni los ve ni los escucha ni los lee, a menos que desee torturarse o confirmar de lo que son capaces. ¿Qué hace la gente comprometida y agradecida con el proceso liderado por el teniente coronel ante las revelaciones, acusaciones, insinuaciones y valoraciones contra su revolucionario programa de gobierno o sus dignos representantes? Pues, se la pasa pegada a los medios oligárquicos y golpistas para encontrar la forma de silenciarlos mediante el terror light, estilo Lina Ron y su Piedrita, el ataque a los reporteros enemigos, el robo de sus equipos cuando no aplicarles la Fiscalía, Indepabis o Conatel para que cumplan las órdenes del líder y le fastidien la vida a los dueños, todos sospechosos de instigadores de angustias y zozobras en el pueblo.
Como ya sabemos quién se ha arrogado con exclusividad la representación del "pueblo", bastará con que algo atente contra la vanidad de hombre bueno, sabio y previsor para que, de inmediato, sus perros de caza lancen sus rabiosas dentelladas contra los medios críticos desestabilizadores, que antes de ser juzgados ya están condenados.
¿Cómo dirigir una investigación de medios para comprobar si éstos están condicionando una conducta en el público? Los expertos en el área responderán que por dos vías: primero conociendo el contenido de lo que se trasmite y cómo se presenta; luego, constatando por encuestas y hechos puntuales donde pueda establecerse una causa-efecto, que determinada cantidad de lectores, televidentes, radioyentes o lectores hayan asumido tales y cuales actuaciones o actitudes en razón de haber "consumido" tales y cuales mensajes.
Lo más seguro es que de realizarse esa investigación, científicamente (Luis Brito García y Nelson Merentes, abstenerse por favor), no malévolamente, se descubra que una buena parte del público expuesto a los medios sólo confirmó lo que intuía o sentía a medias, pero que en todo caso está de acuerdo con el derecho de matizarlo o no según las propias interpretaciones y status social. También podrá revelarse, de colocar entre sus variantes la militancia o simpatías políticas, que –de examinarse sólo el contenido de los medios no gubernamentales- que el único sector en desacuerdo será el más identificado con la figura y las proezas de Chávez.
Por otra parte, es factible que salga a relucir que el público más radicalmente "chavista" practique con mayor liberalidad, por efecto de una nefasta tradición de entretenimiento, el cambio de canal, dial o impreso, según lo que le mueva en el momento, sin exceptuar al diablo mayor: Globovisión. En cambio, muy difícilmente ocurrirá lo contrario: el público "no chavista" se afianzará en sus canales, diales o impresos de su preferencia, por igual atávica costumbre, que mejor alivien su angustia y zozobra permanente, ante las amenazas contra la propiedad, la libertad, la cultura y otros inconvenientes revolucionarios. Podría ser excepcional, pero en cantidad nada despreciable, encontrar sectores en ambos bandos que se "encadenen" a un medio, con desprecio olímpico hacia los otros; es decir, constituyen los "consumidores unidireccionales", infaltables y comprensibles dentro del clima de crispación que vivimos desde hace una década. La "cadena" de cuatro días con que el Presidente amenazó a la población para celebrar sus primeros diez años en el poder, resultó, felizmente abortada.
Todo lo anterior, sin embargo, resultaría normal en una democracia, a menos que se pretenda limitar o coartar el derecho a la libertad de expresión o el acceso a la información, entendiendo ésta última como la libertad de cada quien de buscar opciones creíbles o confiables sobre el asunto que le interese. Cuando todos los medios sostienen lo mismo, estamos ante la presencia del "pensamiento único", propio de las hegemonías comunicativas de los estados totalitarios o comunistas, al estilo China, Corea del Norte y Cuba, por citar los más noticiosos.
La investigación de "efectos" en el terreno comunicacional, ya hace tiempo que superó el modelo de la "aguja hipodérmica", según el cual el "contenido" se inyectaba en la "mente" en blanco de un público ignaro, sin ideas propias ni preferencias ya establecidas; en esa visión mecanicista y catastrofista, los medios eran la encarnación tecnológica del demonio. Asimilable a la teoría del "lavado del cerebro" puesta en circulación con motivo de la guerra de Corea, un proceso que ha sobrevivido en algunos países comunistas donde existen instituciones "reeducadoras", para nada suaves y pedagógicas.
¿Por qué un gobierno que se dice democrático, -sea el de Kirchner, sea el de Correa, sea el de Chávez, sea el de Morales, sea el de Ortega-, intenta criminalizar a los medios cuando éstos no tienen otras armas que las palabras o las imágenes? Con esa actitud, sólo revelan debilidad antes sus propios argumentos que deben ser las buenas obras y no los buenos amores. La opción no podrá ser nunca el silencio, ante la alternativa de la ansiada loa de estos gobiernos autistas. Nunca como antes las palabras centenarias del gran Pío Gil –citadas en el epígrafe- se hacen actualidad y recobran su vigencia.
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