Por Leopoldo Puchi
Con la Ley de Educación va pasar lo mismo que con la Constitución. Luego del vendaval de dimes y diretes será asumida por la oposición con la misma fuerza con que hoy reivindica el texto constitucional, que calificó, en su momento, de comunista, populista, violador de los acuerdos internacionales y amenaza para la libertad de expresión por haber incorporado regulaciones, como el derecho a réplica y la obligatoriedad de la veracidad en la información. En fin, de ser un traje a la medida de un proyecto autoritario, elaborado sin consulta y sin consenso. El que tenga mala memoria, que revise los periódicos de la época, y hasta encontrará frases como “no la acataremos, por ilegítima, jamás”.
Ahora ocurre lo mismo. Al proyecto de Ley de Educación se le califica de ateo, de enemigo de la familia, ideologizante y totalitario, y de colocar en manos de perrocalenteros la enseñanza de los niños y la carrera docente. También algunos ya anuncian que no la acatarán. Pero, de la misma manera que ha ocurrido con la Constitución, en poco tiempo esa misma ley será invocada y defendida por la oposición, cuando se presenten problemas o amenazas verdaderas.
¿Qué ocurre? ¿Por qué la Constitución de la República Bolivariana, execrada ayer, es asumida hoy como la base del proyecto político de la Alternativa Democrática? ¿Simple oportunismo? No. La razón es que los valores y principios de fondo de la actual constitución, son democráticos, justos y progresistas, más allá de las observaciones que se le puedan hacer a muchos de sus artículos.
Lo mismo sucede con la Ley de Educación. Tiene muchos artículos que se pueden criticar y modificar, como por ejemplo el de los consejos estudiantiles, para que sea más preciso el carácter democrático de éstos; y de igual manera se puede hacer con otros tantos. Pero los valores que la ley recoge son los mismos de la Constitución. Por lo demás, el texto presentado no es el que se pensaba y que circuló informalmente. En realidad, en la versión definitiva el gobierno ha cedido, aunque no lo reconozca, ante muchas de las objeciones correctas hechas por la oposición a lo largo de diez años de polémica.
Frente a la Ley de Educación se está cometiendo el mismo error que con la Constitución: un rechazo genérico y muchas veces retrógrado. ¿Cuál es la razón? Quizás un sentido táctico, el de no darle paz ni cuartel al adversario. O tal vez sea la impronta avasallante de la derecha extrema, enemiga, por naturaleza, de una Constitución democrática y progresista. En todo caso, se pierde la oportunidad de mostrar un nuevo rostro de la oposición, crítico y a la vez responsable. Lo que no supo hacer hace diez años cuando se aprobó la Constitución que hoy enarbola.
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