Por Humberto Decarli
El terrorismo es un tema contemporáneo debido al enfoque excesivo de la administración de Bush, quien lo ha ubicado dentro de un espacio denominado el "eje del mal". Con una apreciación propia del puritanismo americano utiliza el maniqueísmo de la contradicción del bien y el mal, muy parecido al guión de las telenovelas latinoamericanas.
Se manejan unos epítetos para calificar de usuarios del terror a ciertas organizaciones que ciertamente lo emplean como método de lucha. La E.T.A. y su indiscriminada colocación de explosivos, las F.A.R.C. con sus gulags de secuestrados en la selva, los Talibanes en Afganistán con su concepción delirante de El Corán, la red Al Qaida y sus llamados a la guerra santa, los grupos palestinos, desde los integrantes de la O.L.P. (Al Fatah, el F.P.L.P., el F.D.L.P., Septiembre Negro y otros), hasta los actuales, Hamas y Yihad Islámica.
No obstante, hay la intención de omitir unas formas de terror más peligrosas y eficaces. Me refiero a las ejercidas por los Estados y las grandes corporaciones. La primera llevada a cabo por Estados Unidos y la Federación Rusa, hasta Cuba pasando por Israel, China y Myanmar. La segunda, materializada por grupos transnacionales que guiados por el maquiavelismo de sus intereses financian actos vandálicos.
Washington ha marcado pauta en esta actividad con su conducta en Vietnam, Laos y Camboya, América Latina, Afganistán, Irak y la barbarie de Guantánamo. Los rusos se lucieron en Georgia y anteriormente en Afganistán amén de la tesis de la soberanía limitada practicada por la administración Breznev en la etapa de la guerra fría. Beijing hace lo propio en Tíbet y Xin Jiang para preservar el dominio colonial sobre ambos territorios.
Las empresas transnacionales han atizado conflictos de la manera más ruin. Han subsidiado a las milicias ruandesas en el este del Congo para obtener el Coltán, materia prima para la elaboración de celulares y computadoras. La Chevron sostiene económicamente al oprobioso régimen de Myanmar. La guerra civil en el Congo-Brazzaville fue alimentada por distintas empresas petroleras apoyando a cada uno de los bandos en pugna. La Royal Ducht Shell ha ocasionado una represión en Nigeria contra la etnia Ogoni al apoyar al general Sami Abache quien llegó al colmo cuando ejecutó al poeta Ken Siro-Wabo por protestar contra el ecocidio y la matanza en el delta del río Níger. El dictador de Guinea Ecuatorial, Macía Nguema, fue sostenido por la empresa energética Total.
Asimismo, presenciamos ahora mismo una orgía de muerte en la franja de Gaza ocasionada por la acción de los administradores de la violencia del Estado de Israel. Asesinan a niños y ancianos palestinos para liquidar a Hamas sin importarles nada ni a la comunidad internacional oficial quien apoya semejante atrocidad. Es una muestra ostensible del terrorismo de Estado mundializado.
Estamos presenciando una época de transición al nivel mundial y por ese motivo los factores de poder pretenden mantener sus privilegios que no van nunca a ceder. Empero, el desarrollo de los medios de comunicación social y la expansión de las organizaciones sociales, paralelas a los Estados y al soborno empresarial, tienen la gran responsabilidad de equilibrar al orbe para el salto cualitativo que haga mejorar al actual mundo miserable. Pero mientras haya poder representado en el Estado y el agiotaje en las corporaciones, habrá guerra, violencia y terror.
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