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Por Norvis E. García 

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Con todo el respeto y la admiración que siento por Vladimir Villegas, debo señalar que con su inocultable interés por mantener al menos un cierto grado de independencia política, se arriesga a perder sin proponérselo la objetividad de opinión y su infaltable como rigurosa prosa noticiosa en sus impecables y cotidianas columnas. Disfraza casi a la perfección la deplorable conducta de los partidos de la alianza que se pelean constantemente con el presidente Hugo Chávez por sus desplantes, aunque cuando el agua llega a cuello los abraza y les confiesa amor eterno. Hablo de Vladimir, insisto, por la relación fraterna.

Saberse líder quien gobierna, imprescindible y dueño absoluto del poder, tiene sus pro y sus contras. A veces se lleva todo por delante el que está ungido de esa gracia soberana. En otras oportunidades, retrocede sin remedio para confundir, que es lo que comúnmente se llama empuñar el trapo rojo. Mi amigo de siempre practica el mismo estilo del Presidente, guardando las distancias, pues en el caso del jefe de Estado, decide y nadie discute, mientras que con Vladimir si se equivoca pierde, así lo niegue en radio y la prensa escrita. Si lo prefiere, para otros menos inteligentes, sería como hablar de infidelidad en casa de quien prefiere vender el sofá antes que echar a la mujer de la casa.

Vladimir se ha vuelto un espadachín como el Dartañán que defiende las causas justas, aunque disparatadas, sin que ello se asemeje a un gemido visceral del que reprocha la injusticia. Nada más remoto que denigrar de su profesionalismo y condición humana. Bien lo sabes. Sólo que me resisto a entender que hable en tono conciliador y de plena magnanimidad hacia el CNE, cuando en realidad sabemos que quienes lo integran se han esmerado hasta el descaro en complacer al comandante en jefe, de quien por cierto no soy opositor, ni enemigo ni disidente. Todo lo contrario y es por eso que lo digo; ha sido un hombre que a pesar de sus desplantes y rabietas, es reflexivo y gallardo, aunque parezca mentira, además de afectuoso cuando recibe cordialidad. Al menos así lo conocí en la Academia Militar, cuando era oficial de planta. Tales bondades se han perdido con el tiempo por culpa de los adulantes, los que han creado a su alrededor una fortaleza inexpugnable que lo aleja de lo físico y terrenal, a tal punto que llegar a él, abrirle la mano, significa para el simple mortal de barrio, ganarse el gordo del Táchira. Es su temperamento y grandiosidad.

Hombres como tú, periodistas como tú, Vladimir, con esa trayectoria impecable y ejemplar, nada sumisa y mucho menos hechizado por las prebendas del cargo circunstancial, que bien lo pudiera alcanzar cualquier persona con tus méritos y credenciales, podrían contribuir a enderezar el molde algo pasado de temperatura y desgastado por la perversidad de la zalamería, como lo vienen haciendo las instituciones del Estado que son a las que les conviene la reelección de los cargos de elección popular. Ellos son los que quisieran eternizarse en el poder, así sea el Presidente quien pague los platos rotos. Chávez pareciera no haberse dado cuenta del daño que se le infiere a la majestad de su cargo, cuando predica la vulgaridad y su desprecio por los estudiantes. Ellos tienen madre y padre, hermanos, tíos y abuelos, que también ajustan cuentas en los centros de votación.

No se trata de poner en tela de juicio la probidad del CNE. Los directivos de ese organismo recibirán lo suyo, motu propio, según sea el comportamiento público, visto y analizado por el pueblo. Lo que debemos alentar es su imparcialidad y transparencia. Eso es suficiente para el juicio de valor. Se trata de instruir y prepararnos para lo que pudiera ocurrir el 15F.

La ciudadanía y nada más que ella es la que debe decidir la suerte de este referéndum que han querido convertirlo en plebiscito, como si se tratara de reeditar la oprobiosa jornada electoral de Pérez Jimenez en 1957. Hay desconfianza de sobra por lo que pueda ocurrir. Lo sabe el Presidente, lo sabe el CNE, lo sabe la población opositora, lo sabes tú Vladimir y lo sé yo.

Llamemos las cosas por su nombre y no contribuyamos al encumbramiento de unos cuantos amigotes del primer mandatario nacional que son los únicos, óigase bien, son los únicos que sacarán provecho de las postulaciones sucesivas que se pretenden. No le hagamos el juego a los que gustan de los mangos bajitos.