Por Manuel Malaver
Puede darse por descontado que cada vez que Chávez lleva a cabo alguna de sus frecuentes ofensivas contra el capitalismo nacional, las sigue con cruzadas de apoyo al capitalismo extranjero, convirtiéndolo, en el usufructuario, no solo de los despojos de lo que va quedando de la que fue una de las economías más pujantes del continente, sino de las oportunidades que se pierden en inversiones, productividad y fuentes de trabajo.
En otras palabras: que mientras el panorama de la economía venezolana semeja cada vez más una tierra arrasada, con bosques humeantes y campos y ciudades a medio destruir o en ruinas, el de los países capitalistas extranjeros que han tenido la suerte o la maña de pasar como aliados de Chávez prosperan, florecen, van viento en popa, y exhiben índices de comportamiento entre los mejores del continente y del mundo.
Claro, con excepción de Cuba, cuya economía está en fase terminal después de 50 años de recetas marxistas recargadas, y en muchos sentidos las de países como Nicaragua, Ecuador y Bolivia que han elegido a Chávez como guía de su destrucción.
Brasil, por el contrario, que ha resultado algo así como el buitre mayor en el festín del despojo del aparato productivo nacional, luce en este momento todas las condiciones para integrarse a la élite de los países capitalistas de desarrollo medio, juega a roles que lo dirigen a ser una de las potencias emergentes del siglo XXI, y se coloca en una situación estelar de la cual parece indesligable e indesbancable.
Y si bien sería exagerado afirmar que ello se debe en una medida importante, o medianamente importante, al expolio venezolano, -ya que en todo caso el comercio con Venezuela es una fracción minúscula de su PIB-, si puede decirse que las gigantescas importaciones en alimentos, o de bienes duraderos, así como la invitación a PETROBAS de que le entrara a saco a las reservas energéticas, o a Odebrecht para que monopolizara los contratos de construcción de punta del gobierno, han jugado un papel nada de desestimable en el despertar del gigante del sur.
Ha sido una relación que calculada en términos de balanza de pagos alcanzó 5 mil millones de dólares en el 2009, correspondiendo 4.400 millones de dólares a exportaciones brasileñas, y solo 600 millones de dólares a exportaciones venezolanas.
Pero hay un aspecto en que sí resultó fundamental el expolio venezolano para el sacudón brasileño de los últimos años, como fue entrenar a Lula en situaciones de políticas populistas caribeñas extremas, tipo Chávez, haciéndose pasar el mismo como revolucionario y socialista, dando incluso concesiones más allá de lo permisible y deseable, pero sin perder de vista los intereses económicos de Brasil, el exprimir hasta la última gota las ventajas que le ofrecía el alocado venezolano.
Otro caso es el de la Argentina de los esposos Kirchner, país que si bien ha visto deteriorarse su economía en los últimos años, o al menos tener un comportamiento ambiguo, también se ha acercado voraz al festín de las riquezas nacionales, importando cientos de miles de toneladas de alimentos, de productos y bienes durables, maquinaria agrícola e industrial, equipos militares, tecnología y cuantos excedentes han logrado que Chávez les adquiera incluso sin que el país tuviera una auténtica necesidad de los mismos.
Ha sido, sin embargo, en el área energética donde las empresas estatales y privadas argentinas han ordeñado con más ventajas a la ubre de la vaca venezolana, ya fuera importando crudo, gasolina, diesel, u otros productos refinados del petróleo a precios subsidiados, exportando equipos y tecnología para la industria petrolera nacional, o con la asociación de Repsol y Enarsa a exploraciones y perforaciones en la Faja Petrolífera del Orinoco, o de la Plataforma Gasífera Deltana.
Mención aparte merece el cuantioso aporte dado por Chávez al alivio de los problemas financieros de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, pues viniendo Argentina de la crisis del default del 2001 que la privó hasta hace muy poco de acceso a los mercados internacionales de crédito, fue Chávez quien salió a comprar cantidades de bonos basura de la deuda argentina, para que las cuentas del país más o menos se equilibraran.
Y aquí hablamos de una inversión que pudo alcanzar fácilmente los 12 mil millones de dólares.
Pero no fue solamente en importaciones, en energía y bonos basura en lo que Chávez contribuyo eficientemente a la recuperación del capitalismo argentino, sino que, igualmente, en la transferencia de recursos líquidos a través de la corrupción, de cientos de miles de millones de dólares que se han ido por los caminos del dinero negro, que el llanero también ha contribuido a que las dificultades económicas de los Kirchner no hayan sido más severas de lo que se podían esperar.
Pero Uruguay, Paraguay, y en conjunto todos los países de la región que permanente o circunstancialmente atrajeron a Chávez porque creyó que podría sacarles ventajas políticas o ideológicas, se aprovecharon del conocido Don Regalón, y salieron con sus buenos premios, siempre traducidos en importaciones, exportaciones, préstamos con cero o poco interés, colocaciones de diversos orden, contratos o de simple o escueta corrupción.
Todos los países, en definitiva, que hoy exhiben índices de recuperación que no se perciben en otras áreas del mundo occidencial y que revelan que aparte, de buenas políticas económicas, el capitalismo en la región tuvo un ángel guardián: el socialista, Hugo Chávez.
Pero ha sido el capitalismo de los Estados Unidos de Norteamérica, del país que emblematiza al imperio y por cuya destrucción y desaparición de la faz de la tierra clama Chávez día y noche, el que mejor ha sabido aprovechar su tendencia a favorecer a los poderosos y perjudicar a los débiles, pues en los 11 años de su gobierno, no solo le ha suministrado petróleo contante y seguro, sino que también lo ha privilegiado con un comercio bilateral que solo en 2008 generó compras en el mercado norteamericano por 48 mil millones de dólares.
O sea, que las divisas producto de las exportaciones petroleras a USA, algo así como el 70 por ciento del total, regresan en una proporcionan que se aproxima al total en importaciones, revelando, de manera dramática, cómo ha acentuado Chávez nuestra condición de país exportador de materias primas e importador de productos manufacturados, como quizá no se había visto en ninguna otra etapa de nuestra dependencia del capital “extranjero y explotador”.
Lo cual no es sino una consecuencia del peor de los desatinos de la política económica chavista: como es destruir el aparato productivo nacional porque y que es capitalista y el pretender hacerlo socialista, cuando una vez que se destruye un aparato productivo, es imposible recuperarlo y lo que queda es vivir de las importaciones.
O de los subsidios, como hizo Cuba mientras contó con la Unión Soviética y ahora con Chávez, aunque a medida que los dólares le han ido escaseando a este último, no le ha quedado a los líderes cubanos más remedio que declarar la quiebra de la economía del país.
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