Foto Radio Vaticano
Dic. 25 (Télam/Radio Vaticano).- El papa Benedicto XVI celebró anoche la Misa de Gallo en la Basílica de San Pedro, que a pesar de la lluvia peregrinos y turistas siguieron por pantallas gigantes de televisión desde la plaza del Vaticano.
Decenas de miles de fieles saludaron al jefe máximo de la Iglesia Católica, cuando Joseph Ratzinger entró al templo cuando en Roma faltaban dos horas para la medianoche.
La agencia de noticias DPA señaló que fuertes medidas de seguridad apuntan a evitar que suceda un incidente como el año pasado, cuando una mujer se abalanzó sobre el Pontífice y lo tiró al suelo.
Como ocurrió el año pasado, la Misa de Gallo fue adelantada para que el Papa, de 83 años, pueda descansar más en vísperas del mensaje de Navidad y la bendición "urbi et orbi" (a la ciudad y al mundo) que impartirá mañana.
Antes de la misa, Benedicto bendijo el pesebre gigante ubicado sobre la plaza y encendió una luz en su oficina, como símbolo de paz. Se trata de la sexta Navidad de Ratzinger desde su elección como Papa en 2005.
La homilía
El Santo Padre ha centrado su homilía en un niño, que es verdaderamente el Emmanuel, el Dios-con-nosotros y cuyo “reino se extiende realmente hasta los confines de la tierra. En la magnitud universal de la santa Eucaristía, Él ha hecho surgir realmente islas de paz”.
“En cualquier lugar que se celebra –ha añadido el Papa- hay una isla de paz, de esa paz que es propia de Dios. Este niño ha encendido en los hombres la luz de la bondad y les ha dado la fuerza de resistir a la tiranía del poder. Él construye su reino desde dentro, partiendo del corazón, en cada generación. Pero también es cierto que no se ha roto la «vara del opresor». También hoy siguen marchando con estruendo las botas de los soldados y todavía hoy, una y otra vez, queda la «túnica empapada de sangre» (Is 9,3s). Así, forma parte de esta noche la alegría por la cercanía de Dios. Damos gracias porque el Dios niño se pone en nuestras manos, mendiga, por decirlo así, nuestro amor, infunde su paz en nuestro corazón. Esta alegría, sin embargo, es también una oración: Señor, cumple por entero tu promesa. Quiebra las varas de los opresores. Quema las botas resonantes. Haz que termine el tiempo de las túnicas ensangrentadas. Cumple la promesa: «La paz no tendrá fin» (Is 9,6). Te damos gracias por tu bondad, pero también te pedimos: Muestra tu poder. Erige en el mundo el dominio de tu verdad, de tu amor; el «reino de justicia, de amor y de paz»”.
El Papa ha explicado además el significado de la palabra primogénito en este contexto, como el que “pertenece a Dios de modo particular; el que está destinado al sacrificio”. “El destino del primogénito –ha dicho el Pontífice- se cumple de modo único en el sacrificio de Jesús en la cruz. Él ofrece en sí mismo la humanidad a Dios, y une al hombre y a Dios de tal modo que Dios sea todo en todos”.
Benedicto XVI ha invocado de Jesús, quien quiso nacer como el primero de muchos hermanos, la verdadera hermandad. “Ayúdanos – ha proseguido- para que nos parezcamos a ti. Ayúdanos a reconocer tu rostro en el otro que me necesita, en los que sufren o están desamparados, en todos los hombres, y a vivir junto a ti como hermanos y hermanas, para convertirnos en una familia, tu familia”.
Profundizando en el Evangelio de Navidad, el Papa ha hablado también del mensaje de los ángeles en la Noche Santa y como éste habla también de los hombres: «Paz a los hombres que Dios ama». “La traducción latina de estas palabras, que usamos en la liturgia y que se remonta a Jerónimo, -ha explicado el Santo Padre- suena de otra manera: «Paz a los hombres de buena voluntad».
“La expresión «hombres de buena voluntad» ha entrado en el vocabulario de la Iglesia de un modo particular precisamente en los últimos decenios. Pero, ¿cuál es la traducción correcta? Debemos leer ambos textos juntos; sólo así entenderemos la palabra de los ángeles del modo justo. Sería equivocada una interpretación que reconociera solamente el obrar exclusivo de Dios, como si Él no hubiera llamado al hombre a una libre respuesta de amor. Pero sería también errónea una interpretación moralizadora, según la cual, por decirlo así, el hombre podría con su buena voluntad redimirse a sí mismo. Ambas cosas van juntas: gracia y libertad; el amor de Dios, que nos precede, y sin el cual no podríamos amarlo, y nuestra respuesta, que Él espera y que incluso nos ruega en el nacimiento de su Hijo. El entramado de gracia y libertad, de llamada y respuesta, no lo podemos dividir en partes separadas una de otra. Las dos están indisolublemente entretejidas entre sí. Así, esta palabra es promesa y llamada a la vez. Dios nos ha precedido con el don de su Hijo. Una y otra vez, nos precede de manera inesperada. No deja de buscarnos, de levantarnos cada vez que lo necesitamos. No abandona a la oveja extraviada en el desierto en que se ha perdido. Dios no se deja confundir por nuestro pecado. Él siempre vuelve a comenzar con nosotros. No obstante, espera que amemos con Él. Él nos ama para que nosotros podamos convertirnos en personas que aman junto con Él y así haya paz en la tierra”.
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