La infeliz explicación presidencial del fenómeno delictivo nacional, obliga a retomar el sangriento y repulsivo asunto del desbordamiento delincuencial en todas sus manifestaciones. Hay quienes pretenden circunscribirlo al escandaloso problema a los homicidios, y desestiman o esconden las estadísticas de heridos, atracos, robos, arrebatones, secuestros y extorsión, tráfico de estupefacientes, juegos ilegales, legitimación de capitales y el enriquecimiento ilícito de agentes gubernamentales y sus testaferros, a todo nivel y de todos los colores políticos. Chávez, simplemente, intentó enrostrarle a los gobernadores opositores la mayor responsabilidad en materia de inseguridad y proliferación del delito. Simple jugarreta para evadir su máximo fracaso como gobernante. Y no es que los gobernadores no tengan la suya, pero son Chávez y sus ministros de Relaciones Interiores y Justicia, desde 1999, quienes se llevan el sangriento trofeo de calles inseguras y ensangrentada y unas cárceles que son vergüenza de Venezuela ante el mundo. Todo un desastre pintado en las frentes de Hugo Chávez y sus ministros, principalmente.
La población venezolana -desde Margarita hasta el Zulia, del Táchira a Bolívar o de Caracas al Amazonas- vive temerosa y hasta aterrorizada por el impacto de la delincuencia. Nadie lo puede negar ni, mucho menos, maquillar con juegos verbales como lo hizo el presidente Chávez esta semana. Le quedó muy mal, pues creíamos que la fuerte dolencia cancerígena que lo afecta, lo había llevado a un estadio de meditación, trascendencia y responsabilidad en su desempeño al frente del Poder Ejecutivo. Debería darle vergüenza andar echándole la culpa a los demás, sin asumir la suya, la más protuberante, indiscutiblemente. Que se la quiera dar de "avispa'o" no es novedad, por lo conocida que es su inescrupulosidad, pero le luce pésimo.
Sólo una política nacional integral, que de verdad verdad enfrente al delito en todas sus manifestaciones sin las excepciones odiosas que ya pesan demasiado, podrá revertir el desastre delictivo que nos aprisiona. El sectarismo gubernamental lo impide; y la corrupción e irresponsabilidad de las autoridades lo hace inmanejable. La codicia desbordada que ha echado raíces en los cuerpos policiales y militares involucrados en la lucha antidelictiva, ha perforado gravemente el tejido institucional. El irrespeto a la ley, estimulado desde las altas esferas del poder se hizo norma y ha generado un modus vivendi asociado a las bandas delictivas y el enriquecimiento ilícito. Policías y militares corrompidos se venden al mejor postor y se convierten a parte del delito.
En medio de ese drama venezolano, con niveles máximos a escala planetaria, venezolanas y venezolanos vivimos angustiados, traumatizados, dolidos, inseguros, "muertos de miedo" en este reino de Hugo Chávez, quien carece de valores y valentía para asumir su responsabilidad ante el país y el mundo./La Razón/E.D.E.
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