Por Augusto Figueroa
La “histórica decisión” adoptada por unanimidad en la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en San Pedro de Sula, Honduras, reivindica a Cuba por su expulsión del ente hemisférico del 31 de enero de 1962.
Sin embargo, los líderes cubanos han afirmado antes y después de este acontecimiento político que no volverán al organismo interamericano. Pero, sí reconocen el “valor político, el simbolismo y la rebeldía que entraña esa decisión”. Todos los cancilleres y representantes de los gobiernos que integran la OEA se mostraron alborozados por la declaración final, trabajada intensamente por el grupo negociador, incluidos Thomas Shannon, recién nombrado embajador en Brasil y quien quedó en la asamblea en representación de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el canciller brasileño Celso Amorim.
Según algunos analistas no solamente San Pedro abrió las puertas del cielo a La Habana, también bajó la temperatura y la dureza de la crítica a la OEA de algunos gobiernos, incluido el cubano y el venezolano, los más radicales en el planteamiento de la disolución (refundación), pero muy lejos de los planteamientos de la mayoría de los miembros: México, Brasil, Chile, Perú, Colombia, la misma Argentina y la mayoría de los centroamericanos y caribeños. Por eso la llamada refundación de la OEA promovida por Caracas y La Habana difícilmente prosperará. Porque se basa en la exclusión de Estados Unidos y Canadá, una posición tan negativa como fue la que expulsión de Cuba.
AGOTAMIENTO
El agotamiento de mantener la expulsión de Cuba de la OEA a través de los 47 años de la decisión, producida en el marco de la fenecida Guerra Fría, indicaba que mantenerla significaba una posición irracional y absurda. A Cuba se le castigó duramente por su régimen político, mientras Estados Unidos mantenía vínculos diplomáticos y económicos con otras naciones con similares gobiernos. Richard Nixon, en plena ebullición de la revolución cultural china y de una feroz prédica contra Washington, restablecía los vínculos con el país asiático y su señora Pat Nixon recorría Pekín y Moscú, las capitales de lo que llamaría Bush, “el imperio del mal”. Era extremadamente contradictorio que se castigara tan brutalmente a la isla caribeña, mientras los grandes actores del proceso eran bienvenidos en la capital norteamericana.
Diez meses después de la expulsión de Cuba, en octubre de 1962, por el gobierno de John F. Kennedy, con la anuencia de Nikita Jruchov, impuso el bloqueo, cuando el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear por la “crisis de los cohetes”. Los jefes de las dos superpotencias acordaron el retiro de las armas nucleares instaladas en la isla y el compromiso de Estados Unidos de no invadir la isla. El bloqueo estrechó más aún el aislamiento, la agresión económica, el cierre de los créditos internacionales, la expulsión de otras organizaciones mundiales y regionales, excepción de la Organización Panamericana de la Salud, dentro de la cual Cuba ha prestado invalorable ayuda humanitaria a los países de América Latina en la oportunidad de desastres naturales.
Los daños causados a Cuba durante 47 años de expulsión de la OEA y bloqueo son imposibles de cuantificar, pero los daños materiales alcanzan a centenares de miles de millones de dólares que nunca serán compensados.
TIRO DE GRACIA
Para que la rectificación de la OEA se produjera se debe destacar los cambios significativos introducidos en la política exterior de Estados Unidos por el nuevo gobierno del presidente Barack Obama, que en pocos meses han provocado hechos históricos como el que intentamos analizar. De no haberse producido tales cambios el ente hemisférico podría haber colapsado en su asamblea de Honduras.
Sin embargo, los riesgos para el organismo regional no vendrán por la prédica de Chávez ni de Fidel Castro sino por la conservadora sociedad norteamericana, coincidente con los líderes radicales en disolver la OEA. Los republicanos y un vasto sector demócrata contrarios a todo cambio en la política exterior interpretan que ha llegado el momento de dar el puntillazo para disolverla o convertirla en una oficina burocrática y sin capacidad de resolución alguna.
Para eso, los republicanos han introducido en el Congreso el martes último una ley que eliminará los fondos estadounidenses que mantienen el funcionamiento de la OEA en caso de que la reincorporación de Cuba al organismo se haga efectiva. Como se sabe la mayor parte del presupuesto de la organización es financiada por esos fondos.
Por supuesto, también hay sectores políticos demócratas e independientes que apoyan una reforma de la OEA que la saque del pantano y de la poca credibilidad que tiene en el escenario político regional. Situación a la que se aplica la filosofía de Obama: “las cosas no podrán cambiar de la noche a la mañana”, pero tiene que empezar ese cambio.
No se puede considerar como dada de una vez y para siempre que Cuba no volverá a la OEA como tampoco que Estados Unidos le cerrará el paso. Todo dependerá del desarrollo de los cambios que se generarán en Cuba inevitablemente y también en Washington como han comenzado. Los derechos humanos, el desarrollo y el progreso social ganarán la batalla con los Castro o sin los Castro, porque la eternidad no existe en esta tierra. A lo mejor en el más allá ¿quién sabe?