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Lo peor que le puede pasar a un gobierno, en democracia, es no tener oposición consistente. Y para las fuerzas opositoras, lo más nefasto es carecer de claros objetivos de la conducción pública que le pueda ofrecer a la sociedad. Y de esto es que sufre actualmente el pueblo venezolano, un estado de anomia y de mucha confusión por la desconfianza que generan los actores públicos.
El Diccionario de la Real Academia (DRAE) define la anomia como "conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación", desde el punto de vista de la sociología y la psicología. Y el primer catalizador de esa "degradación" en Venezuela, es precisamente el clima moral y ético de la nación, que echa por tierra el respeto al derecho ajeno y pone en duda el ordenamiento legal mismo de la sociedad por la corrupción, las arbitrariedades e irresponsabilidades del presidente Hugo Chávez y su gobierno, quien no escatima oportunidad para utilizar un lenguaje soez y desconisderado contra todo aquel que ose oponerle opinión o no convenga con sus volubles políticas.
El gobierno viene en una progresiva caída de su popularidad e intención de voto hacia el 26 de septiembre próximo. Y sin embargo, los cinco partidos opositores que dominan la Mesa de la Unidad Democrática que tantos sinsabores viene cosechando, no capta la sumatoria de las inconformidades anteriores con las emergentes.
Bueno es recordar -para evitar desnegaños por desconocimiento- que no es lo mismo una matriz de opinión política que el resultado de una consulta electoral. Si bien las encuestas consistetemente realizadas, generalmente apuntan con acierto los posibles pronunciamientos democrático de la población, no es menos cierto que las elecciones parlamentarias de una nación son más complejas que una presidencial.
Frente a la incongruencia de los factores de oposición -con evidente exclusión de sectores independientes y plurales que también se han enfrentado a las arbitrariedades durante la ya larga gestión Chávez-, todavía se muestra ventajosa la fuerza declinante del liderazgo presidencial, claramente soportado en el peculado de uso, el abuso de poder y la fuerza coactiva sobre los funcionarios públicos.
Más del sesenta por ciento de la población consultada por diversas encuestas, está exigiendo participar en elecciones primarias para la selección de los representantes de la más amplia unidad nacional democrática, pero no ha habido receptividad por pate de quienes han asumido la "unidad" como medio de usufructo personal o grupal.
La mayoría democrática nacional ha expresado de mil maneras su exigencia participativa, y la desatención a ese clamor tendrá consecuencias involutivas que ofrecerán inmerecidos trofeos al gobierno.
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Semanario LA RAZÓN
www.larazon.net
Caracas, 14.03.2010
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