Por Enrique Meléndez
Que envidia sentimos los venezolanos cuando vemos a un Barack Obama presentar el plan de rescate de la economía estadounidense en el congreso de su país, y recibir el aplauso de toda la representación parlamentaria. Es aquí donde uno piensa en aquel concepto de Hegel de la filosofía de la historia, es decir, aquí hay un pueblo que sabe de donde viene y sabe hacia donde va, y lo que los lleva a plantearse de vez en cuando el consenso entre todos los factores en juego.
Es lo que los padres de nuestra democracia: Betancourt, Villalba, Caldera conocían como responsabilidad política, y como tal se preocuparon por crear un Estado donde, al menos, tuviera una cierta preponderancia la racionalidad, a partir del respeto a la existencia de poderes independientes, que son los llamados a equilibrar el normal desarrollo de la sociedad.
Es verdad que la defenestración de la figura de Carlos Andrés Pérez demostró en su momento un desequilibrio de nuestros poderes, donde comenzó a imponerse eso que se conoce como la politización de nuestra política. Sin embargo, este señor nos dio una gran lección de democracia al admitir todas las condiciones que le pusieron, a propósito del juicio que se le llevó a cabo, y salió del país, perseguido por el gobierno chavista, al darse cuenta de que esta gente, que nos gobierna, no es de la misma condición de aquélla que la llevó a la cárcel, de la que se podía esperar que profesara un cierto respeto por los derechos humanos, sino que eran de otra calaña, y de quienes se podía esperar cualquier cosa. Lo importante es observar hasta dónde se asumió dicha responsabilidad que, repito, proclamaron en un comienzo los padres de nuestra democracia.
Al contrario del país de Obama, aquí es un señor que se encapricha, y su ego lo tiene con tan alto volumen que confunde la magnesia con la gimnasia: cree que ese llamado al diálogo que le hace la comunidad, representada en sus diferentes estructuras políticas y económicas, se trata de una especie de declaración de amor, y es cuando habla de cacao. En el lenguaje de los novios existe la expresión: lo tengo pidiendo cacao, justamente, cuando una de las partes cede, al no aguantar la tentación, y entonces viene su buena dosis de látigos de la indiferencia. Ensimismado en su yo más narciso, máxime cuando viene de ganar, espeta que nada de puentes con esa oligarquía apátrida. En consecuencia: ¿puede uno hablar de responsabilidad política en este caso? Un señor que no toma las cosas por donde son, mientras hay un país que marcha hacia un estado de emergencia, y esto porque hay dos o tres sujetos que medran en su sombra, que tiene a su alrededor, y que le han informado que, aún, con los recursos que todavía cuenta el país, se puede dar la real gana de mantener su buena dosis de altanería por unos dos o tres años, sin plantearse consenso con nadie.
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