Por Jacinto Ramìrez Noriega
El discurso de "El Gato" sobre la existencia de una supuesta “conspiración de enemigos políticos” para dañar su imagen y la del Presidente, quedó hecho añicos con la alocución del Jefe de Estado el pasado domingo 3 de mayo. Chávez marcó kilométrica distancia de la criminalidad policial, en la cual se encuentra enredado el felino, no sabemos todavía si por la hipotética autoría intelectual que se desprende de algunos comentarios públicos, y de conjeturados indicios que derivan de una investigación policial y judicial, más que de una “asociación perversa para agredirlo”, pero sí, por ahora, como responsable, en lo político y en lo administrativo, en su condiciòn de Gobernador y jefe directo de la Policía de Monagas. Porque un Gobernador es el garante de la actuación de los cuerpos policiales que estuvieren bajo su autoridad. Esa carga, esa incumbencia, esa vinculaciòn, es ineludible y definitoria en cualquier escenario en el que se quiera debatir.
La actitud irracional de "El Gato", copiosa de argumentos estúpidos que buscan desesperdamente un burladero, con profusión de denuestos contra quienes lo adversan, es propia sólo de un hombre como él... ¡sin pizca de inteligencia!. Y, cuando semejante conducta suya se expresa adicionalmente bajo la orientación de asesores más estériles aún, pues menos convence al colectivo y termina arrastrándolo con mayor celeridad y contundencia hacia el fondo de su propio drama.
El asesinato de los jóvenes Darwin y Rodolfo en Caicara no es producto de una ficción. El hecho criminal se produjo. Está allí, frío, terrorífico, acusador en el contenido de un voluminoso expediente de cuatro piezas, que espera el dictamen final de la justicia.
Cuando los familiares de las víctimas, en un primer momento, señalaron “la posible existencia de un autor intelectual”, no acusaban por ningun lado al Gato, y sin embargo su leal sirviente salió tan veloz como torpe a defenderlo de una “guerra sucia incriminatoria” que -lo apreciamos ahora- sólo puede existir en los más hondos remordimientos. Por eso la sabiduría popular sentencia socarronamente: “El que se pica es porque ají come”.
Los delitos de Jaramillo, de Vivas, y Garbán, no los inventó la calenturienta imaginación de unos editores locales; ni el rencor de un grupo de disidentes apocados. Esos directores policiales fueron nombrados por El Gato, en medio de un delirio de poder, de autosuficiencia e impunidad, jamás visto en estas tierras; y, sobre sus presuntas faltas contra la sociedad y contra el estado, es al Ministerio Pùblico a quien corresponde demandarlas, o exonerarlas, no a un gobernador engreido que se atreve a establecer normas de protección donde discrimina, a su juicio, cuál policía debe gozar del privilegio de una clínica privada, y cuáles no. En el caso Jaramillo, escondiendo su decisión en una orden tribunalicia fundamentada en diagnósticos médicos de apariencia complaciente.
Tampoco la revelación del Defensor del Pueblo, sobre cincuenta y dos personas ajusticiadas en Monagas, desde el año 2005 hasta la fecha, puede ser juzgada como una temeraria campaña de descrédito contra el gobernador. Los expedientes, que hablan por sí sólos, no fueron creados por una mano peluda que quiere menoscabar a la policía del estado. Así mismo, nadie ha ideado ignominiosamente, una lista de ciento cincuenta policías activos con causas judiciales, cuando la fiscalía no constituye un instrumento a la disposición de unos difamadores aventureros. Esos libelos no son mentirillas, y siguen en curso legal.
El empeño de El Gato de escoger como Director de Policía a individuos importados, con antecedentes penales, ignorando que dentro del cuerpo policìal a su cargo hay gente honesta, y además, con méritos profesionales para ejercer la responsabilidades de la dirección, no es una acusación canallesca; es una verdad harto debatida en los periódicos locales.
Es el Gato entonces, quien termina encochinándose a sí mismo, con una pésima gestión administrativa y política. Cuando le brinda a Jaramillo (ex jefe policial acusado de homicidio y preso, ahora, en La Pica) un respaldo confeso, que luce descarado, extraño, exagerado, suspicaz e inconveniente, él mismo sirve la mesa a la denuncia, porque esa sí que es una acción despreciable en un funcionario que debe ser justo e imparcial con todos sus subalternos y gobernados. Al pretender desconocer la imputación fiscal contra Jaramillo, que nace de una investigación judicial, en la que ninguno de los presuntos “complotados contra su gestión” ha podido, ni podría tener ingerencia alguna, se “autosuicida”, como dijo el hombre de Rubio; o al menos se coloca en un “estado general de sospecha”, como dijo el teniente aquel.
El hallazgo de un humilde policía honesto, olvidado en la cama de un hospital público, mientras un reo de asesinato es favorecido hasta lo increìble, no podía menos que dejarle un profundo sentimiento de vergüenza al cuerpo policial que tenemos, y al pueblo humilde que padece, sorprendido, sus abusos de poder. ¿Guerra sucia?, ¡no!... es la infeliz guerra que decretó El Gato a la sociedad monaguense, creyéndose un reyezuelo invulnerable, apoyado en una inmunidad, que por lo demas, es precaria y perecedera.
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