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Por Jacinto Ramirez Noriega

            Un pueblo enfermo no podría jamás disfrutar de una ciudad, por mas bella, exuberante y luminosa que fuere. Las bondades físicas, o naturales de la urbe, como las grandes avenidas, los estupendos teatros, los lujosos edificios públicos, y aun  los espacios regalados por la naturaleza para el solaz y la recreación humana, solo serían advertidos y  apreciados como realidades imposibles y lejanas por aquellos ciudadanos deteriorados, desde sus tristes ventanales. Además, con un colectivo huérfano de asistencia sanitaria,  se resienten la fuerza productiva,  el músculo para el desarrollo, el espíritu para el goce de la existencia y la sanidad mental. Por eso, ningún minusválido tendría el ánimo necesario para aplaudir obras públicas onerosas y suntuosas,  levantadas bajo el supuesto de favorecer a la sociedad, mientras no consigue una sola medicina que alivie sus quebrantos.  

Entonces, teniendo en cuenta que tan solo ciertas minorías privilegiadas tienen acceso a una verdadera y eficaz asistencia social, y a los centros clínicos privados,  cualquier gobernante que se precie de justo, de inteligente y honorable, tiene que colocar como la prioridad más importante en la organización de su agenda administrativa, el tema de la salud en beneficio de los sectores populares, desasistidos de toda solidaridad y socorro. Y cuando hablo de salud, por razones obvias, no excluyo otros servicios vitales como aquellos destinados al suministro de agua potable,  al tratamiento eficiente de los líquidos residuales, y al reciclaje de la basura.  Lo demás se ubicaría  en rangos perfectamente discutibles.

Yo diría, hablando de nuestra región, Monagas, que le seguirían como necesidades imperiosas la seguridad personal y colectiva, el trabajo digno, y la educación y la vivienda. Así pues, atendidos en ese orden,  tendríamos una comunidad sana, que disfrutando de protección frente al crimen, con acceso a las fuentes de trabajo, a la formación intelectual y a un techo decente para vivir, “el pan y el circo”  se obtendrían con  facilidad y abundancia a la vuelta de la esquina. Pero, ya resultaría inaceptable  que padeciendo  las carencias de todo lo anterior, solo se quiera ofrecer el “circo”, como hoy se pretende  con los monaguenses, para mantenerlos embobados bajo los efectos de una eterna fábula, mientras el erario publico se dilapida  a manos llenas en obras caprichosas y prescindibles.

            Pareciera una verdad irrefutable que los políticos, con las excepciones que pudieran admitirse, una vez que alcanzan sus objetivos de ser gobierno, siguen siendo políticos, hablando como políticos, actuando como políticos, ofreciendo de todo, como políticos, sin exhibir ni siquiera una pizca de inteligencia y sensatez en la planificación de las obras confiadas a su administración.

Durante las pasadas gestiones regionales de Guillermo Call, de Luís Eduardo Martínez y Domingo Urbina, (para solo citar las tres más recientes), las banderas enarboladas por la oposición  eran mayoritariamente referidas a los graves problemas de la salud, sin que se  soslayaran otros asuntos no menos graves, como la corrupción administrativa y judicial, por ejemplo. Todavía recuerdo los severos debates que se generaban sobre la mortalidad infantil y el deterioro de las instalaciones sanitarias, especialmente  de nuestro hospital “Manuel Núñez Tovar,” cuando el entonces candidato José Gregorio Briceño, empinado, ofrecía a los maturineses convertir ese emblemático centro, en algo mejor que una gran clínica privada.  Pues bien, que revise hoy la familia monaguense los resultados que ahora tiene frente a sus ojos.

          Ayer,  este cronista criticó con pasión en artículos de prensa y  foros políticos las inversiones realizadas en el paseo aeróbico y en el llamado “Paseo Libertador”, reclamándole al alcalde Domingo Urbina que hubiese desestimado otras carencias más importantes de la población. Era como intentar ponerle un traje bonito a la ciudad, mientras su cuerpo sucumbía con otros padecimientos de mayor relevancia.    Y mire el lector que José Gregorio Briceño es gobernador en ejercicio desde hace seis años, y los pobres enfermos ahora ni siquiera se mueren en las camas del hospital, sino en el piso de sus pasillos, y en las puertas mismas del edificio.

La ciudad, lejos de ver sus calles  libres de mercachifles y gorgoteros, como tanto le reclamamos después a Numa Rojas, ahora se ahoga bajo la promoción de “un solo gobierno” en peores niveles de suciedad y desidia. En estos momentos la criminalidad policial ciñe coronas de impunidad. Ha crecido el buhonerismo hasta niveles alarmantes. El agua fluye cada día menos por las tuberías a pesar de las inversiones millonarias que se anunciaron con fanfarrias de circo. Los apagones se repiten cada vez con menores intervalos de tiempo, y sin embargo, el gobernador Briceño se ufana de su acción de gobierno, y se enfurece frente a la censura de sus adversarios.

           Reprochábamos a Numa, y ahora el alcalde Maicavares, que sin una milésima de imaginación, retoma su  infeliz idea para insistir en la construcción de  un mamarracho para alojar los trabajadores informales frente a la plaza Bolívar.

¡Que homenaje le tributarán a la ciudad, y al Padre de la Patria!  Los escasos rincones verdes desaparecen cada día con mayor celeridad, sin otras consideraciones que “la necesidad de trabajo esgrimida por sus depredadores”;   y los vecinos,  mientras aguardan alguna respuesta de sus autoridades inmediatas sobre los problemas que le son más dolientes,  solo reciben noticias de una corrupción galopante, como esa donde se acusa a la nueva directiva municipal por la presunta estafa de cuatro mil millones de bolívares, que parece materializada en la adquisición de un software package (CD) que ya había sido instalado en las administraciones anteriores, y que se encuentra en plena operatividad  para la recaudación de los impuestos.

Pero el colmo de todo este drama de cinismo y de ficciones se manifiesta en las más recientes declaraciones de "El Gato", coreadas por algunos de sus subalternos, en las que admite la necesidad que tiene nuestro estado de un nuevo hospital,  ofreciéndonos a renglón seguido su construcción inmediata, después de haber gastado todos los recursos imaginables en la construcción del llamado "Estadium Monumental de Maturín", y en unas  autopistas de cuestionable utilidad alrededor de su pueblo natal.

Ya lo hemos dicho hasta la saciedad, pero hay que repetirlo una y otra vez, hasta que el último de los monaguenses lo entienda: los millardos que se ha consumido hasta los momentos el Monumental, solo para ver un par de juegos profesionales, habrían resultado suficientes para construir uno, dos y hasta tres  hospitales de primera, con sus respectivas dotaciones. Y más aun vale la queja, cuando, hoy por hoy, dicho estadium solo es plaza para la presentación de figuras artísticas que nada tienen que ver con el deporte rey. Con el  evento de Ricardo Arjona, el Monagas Sport Club debió irse aquel mismo día con sus balones y su frustración a jugar al “Comanche Bottíni”; por cierto, también en deplorables condiciones.

De tal manera, "El Gato" parece considerar a los monaguenses unos desmemoriados pendejos, incapaces de advertir el engaño que les hace, y las ficciones que encierra  su  oferta de construir  un nuevo hospital, cuando ya se le hizo tarde para cumplir su promesa, y no le queda dinero en las arcas del estado, porque lo despilfarró  en obras que no calificaban jamás en el orden de las prioridades ejecutivas.

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