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Por Waldo Munizaga

 
Afortunadamente, si bien nadie parece presentar problemas por el hecho de que el Signo sea arbitrario, igualmente no ocurre lo mismo cuando éste, es decir el Signo, deja de proveer su necesaria y obligada condición de ser Convencional. Si esto nefastamente ocurriese, bastaría solo recordar el tremendo problemón que suscitó Dios en los hombres cuando, como castigo, les retiró la convencionalidad de su lenguaje, al prácticamente enfurecido presenciar debajo de sus propias narices la desafiante construcción de la Torre de Babel.
 
En este mismo tenor, también se nos ha dicho que fue nuestro propio y colérico Dios quien le confirió a Adán el grandísimo regalo o don de ponerle a las cosas nombre, es decir, Signo. Por suerte después que éste comió del Árbol de la Ciencia les respetó sus nombramientos y el cuño de su patente.
 
Hasta la fecha, las cosas medianamente han quedado calmas y ciertamente resueltas, obviamente sin desconocer que la misma condición diacrónica del lenguaje haya podido suscitar algunas otras rivalidades o guerras. Pero en definitiva podemos decir que nuestra civilidad nos ha permitido ponernos de acuerdo en cómo llamar a las cosas por su nombre, tanto así que para efectos del RAE, la Real Academia Española es casi la única organización internacional que en la actualidad suele mantener un consenso convencional y amistoso para resolver sus problemas. Pareciera que este milagro adámico, por llamarlo de algún modo, igualmente lo pretende tener la SIP, es decir la Sociedad Interamericana de Prensa. Dado que ella, al igual que Adán en su tiempo, se considera tan divina en nuestra contemporaneidad que pretende ponerles o imponerles a las cosas o los gobiernos, nombres.
 
Lo que de ella sale se repite de manera “mágicamente” convencional en todos los grandes periódicos de nuestro continente. Los impresos afiliados a ella acatan y reproducen al calco lo que ella determina. Más que periódicos lo que verdaderamente parecen son diccionarios, dándole significado y nombre a las cosas que ocurren bajo nuestra convulsionada actualidad.

Pobre de aquel que caiga en su desgracia al pretender democratizar el espectro comunicacional: un peor castigo que el de la Torre de Babel habrá de padecer. Hasta hace muy poco, era la única fuente creíble y divina de lo que “verdaderamente” acontecía en estos predios de Dios. Más allá que sus periodistas, son los dueños quienes, a partir de sus bolsillos, se encuentran en ese selecto grupo de jerarcas de la verdad. Los que tuvieron, entre otras cosas, los riñones de tildar en sus afamados periódicos como "presidentes· a Pinochet, Strochner, Videla, Somoza, Micheleti y llamar "dictadores" a Chávez, Evo, Cristina, Correa, y, por supuesto, Zelaya.

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