José Gómez Febres
Los recientes cambios en el tren ejecutivo son una oportunidad para la aplicación creativa de la política de las 3R.
Conviene una visión del abanico de posibilidades disponibles para escoger. Por ejemplo, un continuo desde lo más deseable, iría así: industrialización socialista, cooperativa, estatal, mixta y capitalista. Supongamos, en aras de la sencillez, tipos puros, aun cuando, la vida tenga la extraña tendencia de negar la pureza. Reconozcamos, asimismo, la imposibilidad de modernización y desarrollo (bueno o malo o ambos) sin industria. Lo cual nos conduce a preferir, incluso la opción menos deseada antes de carecer de industria nacional.
Recordemos el discurso básico de los teóricos de la Liberación Nacional, etapa considerada previa al socialismo, justificando una alianza con la llamada burguesía nacional como parte del camino antiimperialista. La superación de la etapa monoexportadora de materias primas incluiría un período de sustitución de importaciones. Primero, una industria ligera que avanzaría rápidamente hacia momentos más profundos de industrialización, producción de máquinas y luego máquinas para producir máquinas. Sería un proceso de enormes tensiones y conflictos.
A lo interno la contradicción capital-trabajo y a lo externo la defensa de la soberanía nacional, en la cual seguía fundándose la complicada relación con el capital nacional.
El discurso hoy, mucho más complejo, enriquecido por la evolución del capitalismo y sus antagonistas, especialmente de los antagonistas, permite superar la imposibilidad del experimento con el examen crítico de experiencias propias y ajenas.
Hay tiempo para abrir un gran debate, sin exclusiones, sobre la industria nacional. Saber donde estamos parados, cual es el balance de nuestro proceso de industrialización y proyectar su futuro. Giordani, el ministro, tiene condiciones excelentes para hacerlo. Entre otras razones, por no ser ajeno al debate entre los practicantes de la economía del desarrollo, sobre caminos y estrategias para vencer los círculos viciosos generados por el atraso y la pobreza.
Es sabido que la importancia absoluta asignada originalmente a las tasas de ahorro e inversión, siguiendo modelos basados en la experiencia soviética, fueron matizadas con variables diversas, para dar espacio a la multiplicidad de cambios involucrados en el salto hacia la condición de desarrollado por ejemplo cambios culturales, institucionales, entre otros. Hay un amplio consenso, un ingreso per cápita alto es condición necesaria pero no suficiente para entrar en el club de los desarrollados. En algún momento fue tema de debate.
Algunos llegaron a sostener que la China de Mao era más desarrollada que USA pues se encontraba ubicada en un estadio adelante al capitalismo. El liderazgo chino actual, luego del fracaso de los procesos de modernización que acarrearon cuantiosas pérdidas humanas por hambre, ha insistido, con mucha fuerza, en la importancia de las variables originales de ahorro, inversión y crecimiento del ingreso per cápita.
Muchas otras enseñanzas surgen de la China pos Mao, por ejemplo, sobre la calidad de la inversión. La tasa de ahorro nacional es sólo una cantidad, un número. La inversión, por otro lado, está asociada a una complejidad de variables de orden tecnológico, gerenciales, financieras, de mercado, entre otros, que obligan a convocar lo mejor del recurso humano disponible. Como lo demostraron las experiencias soviética y china, la ausencia de un desarrollo suficiente de lo que Marx llamo “las fuerzas productivas” siempre pondrán en peligro al progreso social. En la URSS y los países del este implosióno el sistema.
En China se produjo un milagro, una economía donde sabiamente se combinan las más diversas formas de propiedad y gestión bajo la orientación general de derrotar la pobreza, expresión más visible del subdesarrollo, con la sugestiva idea de “no importa el color del gato sino que cace ratón”.